Lluvias abundantes y calor componen la receta mágica para que algunos hongos den a la luz sus maravillosos frutos, a los que conocemos como setas. Se imaginan un edificio de cien plantas construido entrelazando finos cordones de plásticos, pues ahí radica el misterio y maravilla de estas construcciones de la naturaleza. Formas y colores que fascinan y que conforman un artilugio diseñado para valerse de las más sofisticadas estrategias con las que diseminar ampliamente sus esporas, las partículas que garantizarán la continuidad de la especie. Pero la grandeza es aún mayor en lo que se esconde bajo tierra, ocultándose de la vista de los humanos. Tanto es así que se supone que hay más de seiscientas mil especies de hongos y tan sólo se han reconocido y descrito apenas un poco más del diez por ciento.
A pesar de su mala fama, por ser en algunos casos parásitos capaces de generar enormes hambrunas, como la que se produjo en Irlanda por la podredumbre de la patata y que llevó a muchos de sus nativos a emigrar a Norteamérica, o incluso producir graves enfermedades en los humanos, la balanza se inclina a nuestro favor. El salto de la vida de los océanos a las tierras continentales hubiese sido imposible sin la participación de algunas de sus especies. La simplicidad de las células de las levaduras, pequeñas esferitas que se dividen de dos en dos cuando el calor y la humedad le son favorables, hace posible el trascendente proceso de la fermentación. Sin ellas la alimentación de la humanidad sería tan distinta como poco benefactora. Pero el papel en la naturaleza de tan diminutas formas de vida ha sido valioso para lograr perfectas asociaciones de beneficio mutuo e interés ecosistémico.
Cuanto bien podríamos estar contando durante horas de las trufas y otras beneficiosas micorrizas, de la red wifi que los hongos crearon ya hace millones de años para interconectar árboles, incluso de esas manchas verduzcas, blancas y negras que cubren nuestras verduras en descomposición y que producen antibióticos, coo observó Fleming, en la lucha por el espacio contra las bacterias, y de otros muchos beneficios que ya se vislumbran de cara al futuro como es la degradación de ese mal que nos aqueja, que es el excedente de residuos de plásticos.
Cuando ahora pasee por el campo, cerca de un jardín o incluso en algunas de sus macetas de casa probablemente advierta algunas setas. No las vea como un manjar para comer, ya que muchas de ellas para defenderse se han provisto de sustancias que les sientan mal a quienes las engullen. Piense entonces en la importancia de lo que no se ve, e imagine toda la vida que hay bajo la tierra que pisa.