EFE – ¿Cómo olía la antigua Roma?, ¿y la luna?, ¿o una trinchera?, ¿por qué el olor a bebé es agradable para todos?. Cuando la sociedad camina hacia la «desodorización», Federico Kukso reivindica en un ensayo aromas y hedores de la historia, esos que nos hacen pensar que «los otros» son siempre los que «apestan».
Federico Kukso es un periodista científico argentino, especializado en historia de la ciencia por la Universidad de Harvard, al que siempre le llamó la atención que el sentido del olfato fuera «el gran olvidado».
Y es que considera que la sociedad tiene una relación «desodorizada» con la historia y no se pregunta a qué olía el pasado, aunque sea un olor precisamente el que nos puede hacer viajar en el tiempo en un momento determinado.
Por eso, decidió escribir «Odorama», un ensayo publicado por Taurus, en el que habla desde el big bang hasta la industria de los perfumes, pasando por el olor de la axila de Aristóteles, los aromas del antiguo Egipto, la historia de la halitosis en Roma o la «discriminación olfativa».
Porque, asegura Kukso en una entrevista con Efe, en todas las culturas el miedo al otro impulsó las más diversas variantes de discriminación olfativa: Lo hicieron los japoneses con los holandeses desde el siglo XVI, los franceses con los alemanes, los nazis con los judíos, los blancos con los afroamericanos, las sociedades actuales con los refugiados…
«Los prejuicios olfativos construyen una frontera imaginaria entre nosotros y los otros, y siempre los que huelen mal son los otros. Y con eso se pretende justificar la segregación, el gueto», sostiene el autor.
Perfumes y hedores en Grecia, Roma o la Edad Media, las distinciones entre buen olor y mal olor son construcciones históricas, sostiene el autor.
Y si solo en Roma, en la época de mayor esplendor, en el siglo I llegó a haber 170 baños, en el cristianismo, en contra la sensualidad pagana, la limpieza del cuerpo comenzó a estar mal vista y quienes olían a sudor, orines e inmundicia eran considerados virtuosos. Los aromas conducían a la tentación y el pecado.
Los perfumes fuertes combatieron el mal olor durante siglos hasta que Luis XIV, el rey Sol, afectado por jaquecas, los despreció y un italiano desarrolló la fragancia favorita a partir de entonces, el agua de colonia. Su aire fresco cambió el mundo de la perfumería y uno de sus seguidores fue Napoleón, de quien se dice que usaba 60 litros por mes.
El ser humano, en su evolución, desarrolló una repulsión natural al mal olor de la comida en descomposición y a la fetidez de las heces básicamente como mecanismo de defensa: transmiten enfermedades que conviene evitar. Los olores asociados a la muerte, las toxinas o la decadencia de la materia instigan una respuesta física: el cerebro emite una señal, ¡lucha o corre!.
Lo sintieron los que tuvieron que percibir uno de los peores olores desarrollados en laboratorios en 2001 para poner a prueba la eficacia de desodorantes. Tras recorrer el mundo buscando los olores más asquerosos, una científica combinó ocho sustancias químicas tan desagradables que provocaba arcadas en segundos.
Pero lo políticamente correcto ha llegado y hasta las fragancias pueden ser vistas como una ofensa, sostiene el autor, sobre todo en sociedades como la norteamericana.
Aunque Kukso reconoce que el olfato ha vuelto a despertar interés científico durante la pandemia, aunque haya sido por su pérdida como síntoma del coronavirus.