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Investigación sobre una de las drogas más poderosas: la música

Alejandro Ramírez | ¿Qué sucede en el cerebro cuando escuchamos una canción? Ya sea una pieza de jazz o una sinfonía, siempre hay una experiencia compleja en juego, que activa diferentes áreas e innumerables vías neuronales. No sólo entran en acción las áreas involucradas en la percepción auditiva, sino las relacionadas con el movimiento, el lenguaje, […]

Alejandro Ramírez | ¿Qué sucede en el cerebro cuando escuchamos una canción? Ya sea una pieza de jazz o una sinfonía, siempre hay una experiencia compleja en juego, que activa diferentes áreas e innumerables vías neuronales.

No sólo entran en acción las áreas involucradas en la percepción auditiva, sino las relacionadas con el movimiento, el lenguaje, la memoria y, fundamentalmente, también los circuitos cerebrales de la emoción. De hecho, la música modula los estados emocionales. Una canción que nos resulte familiar o que nos guste especialmente, por ejemplo, estimula el núcleo accumbens, es decir, el circuito dopaminérgico del placer, generando endorfinas y opioides y dándonos una sensación física de placer que mejora el estado de ánimo.

Pero, ¿por qué es instintivo mover el cuerpo, dar golpecitos con el pie, balancearse con los hombros o dar golpecitos con los dedos cuando se escucha una pieza musical? La música induce movimiento porque es armonía, pero también es ritmo.

Alice Mado explica en el libro “Percepción y creación musical. Fundamentos biológicos y bases emocionales”, que “la audición del ritmo es capaz de estimular directamente el cerebelo, los ganglios basales y la corteza motora, estimulando así el movimiento”.

El ritmo, por otro lado, es una característica esencial de la música. «Las piezas musicales -subraya Alice- se organizan típicamente según ritmos que cambian de vez en cuando. Y es precisamente el ritmo el que nos permite coordinar y sincronizar nuestros movimientos con la música que estamos escuchando”.

Y así, el ritmo -la regularidad de los sonidos que componen una secuencia musical- podría resultar una de las claves del tratamiento de personas con Parkinson. La neurocientífica Michela Matteoli lo ilustra en el ensayo «El talento del cerebro. Diez lecciones fáciles de neurociencia”.

O, dicho de otro modo, es precisamente por su componente rítmico que la música se utiliza en los programas de rehabilitación. “Los pacientes -explica Matteoli- pueden, por ejemplo, utilizar una fuerte secuencia rítmica para iniciar y cronometrar sus movimientos. Y, por lo general, al hacerlo, obtienen mejoras en la velocidad, la cadencia y la longitud de la zancada”.

Por tanto, el ritmo musical ayuda a liberar a las personas con Parkinson de la inmovilidad, y de los movimientos mecánicos. Quizás no sea casualidad que la música siempre haya interesado a nuestra especie, desde la prehistoria. Se cree, por ejemplo, como ilustra Alice Mado en «Cognitive neuroscience of music», que los neandertales cantaban incluso antes de poder hablar y creaban instrumentos de viento con huesos de animales, como la famosa flauta encontrada en Divje Babe, en Eslovenia, hoy expuesta en el Museo Nacional de Ljubljana.

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