La Relación de los hechos del condestable es un documento imprescindible para conocer pormenorizadamente la vida cotidiana en el Jahen del siglo XV, porque nos cuenta el día a día de aquel amigo y cortesano del rey Enrique IV que acabó con sus huesos en una ciudad fronteriza como era la nuestra, alejado de disputas e intrigas palaciegas. Sabemos que el condestable don Miguel Lucas (en realidad, Iranzo era su padrastro) celebraba con solemnidad todas las fiestas religiosas preceptivas, pero no hay ni la más mínima referencia a su presencia en alguna cofradía o procesión de Semana Santa, de lo que se colige o deduce que aún no las había, a diferencia de algunas ciudades, como Sevilla o Toledo. Era una Semana Santa, intramuros y exclusivamente litúrgica, pero el teatro religioso llenaba de belleza y encarnaba, en el interior de los templos, el relato narrado desde los púlpitos de arcos ojivales, del mismo modo que el condestable hacía sus pinitos como actor (en Navidad, en su palacio de la calle Maestra) representando la Estoria del Nacimiento y la Estoria de los Reyes.
Esa teatralidad barroca que hemos podido admirar, aunque parcialmente, por nuestras calles estos días tuvo acaso su precuela en el teatro litúrgico medieval. Durante las grandes festividades del calendario católico los personajes bíblicos cobraban vida, y el pueblo fiel podía ahora mirarlos, escucharlos y observar sus movimientos, como si los protagonistas de retablos, jambas y frisos que los habían acompañado en sus oraciones desde siempre hubieran recibido el soplo de Dios para darles el aliento vital, igual que a Adán. Este año sólo ha podido procesionar un tercio de nuestras cofradías y hermandades, pero en esas tardes de lloviznas o aguaceros las iglesias se quedaron pequeñas, y mucha gente aguardaba bajo el paraguas a que la cola avanzase para poder acceder al interior y admirar el gran teatro de Dios.
En realidad, el gran impulso de las cofradías de Semana Santa vino dado por la Contrarreforma católica que emanó del Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, con la que se intentó frenar la herejía luterana. Dicho de otro modo: que si Lutero no llega a liarla en 1517 hoy no tendríamos esta Semana Santa. El antiguo fraile agustino renegó, entre otras cuestiones, del culto a las imágenes, a la Virgen María y a los santos, y Roma contraatacó fomentando lo contrario: procesiones y hermandades a granel. Hay cofrades que piensan que habría que revocar la excomunión de Lutero para hacerlo santo, procesionarlo y poder darle levantás al cielo, porque sin él nuestras primaveras no serían lo mismo. El paso de palio, que es una de las creaciones más bellas y equilibradas del sur de Europa, que es un soneto de orfebrería y bordados, de fragancias y armónicas cadencias, nació como reacción a la Alemania del Solus Christus en esa Sevilla barroca del XVII y del oro a paletadas procedente de las Indias. Sin Lutero nada habría sido nunca igual.
Hoy es Lunes de Pascua y todo ha vuelto a ocurrir, como cada año, en un abrir y cerrar de ojos: in ictu oculi. Lo que en principio era una semana distópica para los cofrades ha acabado siendo, de alguna manera, un recuerdo de aquella Semana Santa de la Edad Media. Nos cuenta la crónica del Condestable que el Lunes de Pascua Florida, “siguiendo lo acostumbrado”, mandaba convidar a toda la gente principal de la ciudad para “recibir el hornazo”, y que luego se celebraba una batalla campal a huevazo limpio, en las cercanías de su palacio, con gentes procedentes del barrio de la Magdalena, antes de invitarlos a todos a unas viandas. Ahora, en Jaén, lo de los huevos de Pascua nos suena a costumbre exótica y alejada en el mapa. O tempora, o mores!