Una de las herramientas esenciales de las que se sirve el poder político para la consecución de sus fines menos dignos o más abyectos es la de la manipulación de la memoria y el olvido: la remoción de hechos objetivos protagonizados en el pasado por ciertos actores de la cosa pública para subordinar aquellos a un nuevo relato, inventado ad hoc y convenientemente salpimentado de argumentos sin duda inverosímiles, pero asimilados sobre la marcha como dogmas de fe por los correligionarios de turno.
Paradigma nacional de estas triquiñuelas de la memoria y el olvido es, indudablemente, la antigua ley de Memoria Histórica, ahora de Memoria Democrática, que incluye en el mismo podio a febriles entusiastas del genocida Stalin con admirables defensores de la libertad, o que pretende que compremos en el mismo pack indivisible la nobilísima aspiración de quienes buscan aún los cadáveres de sus familiares asesinados con la aceptación de una narración desmemoriada y, por tanto, sectaria de la II Replúbica, que es un castillo de naipes sin sota, ni caballo ni rey. Estoy recordando que algunos demócratas de toda la vida con mando municipal accedieron a cambiarle el nombre, durante los años republicanos, a la plaza de la Magdalena, trocándola en plaza de Moscú, o a la de Santo Domingo, que pasó a ser plaza de Lenin: podían haber disimulado un poco.
De la novísima ley de Amnistía ya hemos hablado en alguna ocasión. Guarda ciertas similitudes con la anterior por mantener ambas un propósito común: el borrado selectivo de hechos tan demostrables como censurables, con una finalidad exclusivamente táctica o política, superponiendo además una narrativa de ficción que es asumida como verdad incontestable.
La gestión del olvido también se presta a la burla de los que menos tienen. En este apartado, la Junta de Andalucía acumula varios premios Grammy por su cantos de sirena. Confiada en la amnesia colectiva, ha obviado por completo algunas icónicas promesas del partido que la gobierna, pero la más explícita o escandalosa es la de unir Jaén y Córdoba por autovía. Hace veinte años, en 2004, el Partido Popular aseguraba, en boca de Fernández de Moya, que el PSOE no iniciaba los trámites para la construcción de esta vía, demandada por los municipios implicados desde los años 90, porque consideraba Jaén un territorio “de segunda categoría”. En 2007 la Junta socialista llegó a licitar el estudio informativo, y el PP se presentó a las elecciones del año siguiente prometiéndola resueltamente, aunque perdió. El caso es que entre relatos, fábulas y cuentos para no dormir, el PSOE vencedor acabó abandonando el proyecto. Hasta que en 2016 un rebeldísimo Juanma Moreno aseguró que no descartaba movilizaciones para obligar a la Junta a llevar a término la autovía. Ahora se trabaja mediáticamente en que nos conformemos viendo cómo se mejora el firme, se crea un carril adicional y se eliminan accesos peligrosos. Seis años de gobierno dan para muchas tragantadas en el Leteo.
Amnistía, amnesia y mentira comparten etimología, y los antiguos griegos nos recuerdan que los muertos son aquellos que han perdido la memoria, tras cruzar el río del olvido. La muerte y el sueño son hermanos gemelos: Thánatos e Hypnos. “Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos”, interpela San Pablo. Y Miguel Hernández, tras el bombardeo de Jaén, sentenció el temperamento del jaenero, que duerme “en un sueño blando de aceite local”.
Debemos de ser el votante ideal de todo politiquillo.