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La lucha de camellos, una pasión turca

Ilya U. Topper (EFE) | Un público entregado espera desde el amanecer el evento del año alrededor de un amplio coso de arena: la lucha de camellos, una tradición centenaria que se mantiene viva en la región occidental de Anatolia, incluso un siglo después de la desaparición del Imperio otomano. Para los aficionados es motivo […]

Ilya U. Topper (EFE) | Un público entregado espera desde el amanecer el evento del año alrededor de un amplio coso de arena: la lucha de camellos, una tradición centenaria que se mantiene viva en la región occidental de Anatolia, incluso un siglo después de la desaparición del Imperio otomano.

Para los aficionados es motivo de orgullo que este año el ayuntamiento de Selçuk, una pequeña ciudad de 35.000 habitantes cerca de la costa del mar Egea, haya pedido registrar la tradición como «patrimonio intangible de la humanidad» en la Unesco.

Ali Yormaz, un agricultor de 36 años, ha acudido al festival con dos camellos de su propiedad. «Esto nos viene de los abuelos, es como una enfermedad. Lo llevamos dentro, es nuestra cultura. Es un amor, una pasión, no podemos evitarlo», cuenta con orgullo.

UN ESPECTÁCULO QUE ATRAE A MILES DESDE HACE DÉCADAS

Unos 170 camellos de 80 granjas distintas se han reunido en el ruedo de Selçuk, que celebra la 38 edición de este festival, con presencia de autoridades y la alcaldesa de la ciudad.

Miles de personas han pagado la entrada de 20 liras -unos tres euros- y rodean el coso, montando sillas y mesas desplegables, y encendiendo fogatas contra el frío del amanecer.

La lucha es parte del ciclo natural de los camellos en la época de celo que dura de enero a marzo cada año. En este periodo se celebran numerosos festivales en toda la costa egea turca.

«A menudo, para avivar la ‘furia’ de los machos se lleva una camella al ruedo», explica Yormaz en declaraciones a Efe.

La furia no es tanta: antes de entrar al ruedo, los camellos esperan pacientemente en el prado, olisqueándose de forma amigable.

UNA FIESTA PARA TODA LA FAMILIA

Una niña no se resiste a acercarse para acariciarles las espesas crines del cuello. No corre peligro. Incluso en el ruedo, los cuidadores los tienen que animar a veces con palmadas en el cuello para que se lancen contra el adversario.

Las peleas duran menos de cinco minutos. Los animales se empujan mutuamente en círculo y colocan su cuello bajo el del adversario para levantarlo y hacer que pierda pie.

Otros intentan morder los tobillos del rival que puede perder el equilibrio al intentar evitar el peligro. De los hocicos vuela espuma blanca.

Un equipo de árbitros observa atentamente los movimientos y un silbido indica el fin de la pelea, aunque desde fuera no es obvio quién ha ganado por puntos.

Si los camellos no se separan por su cuenta, una decena de mozos se precipitan al lugar para agarrarlos de las bridas, mientras sus dueños los calman, palmeándoles la cabeza. Y momentos después, los dos rivales son otra vez amigos.

LOS PROPIETARIOS TIENEN GRAN CARIÑO POR SUS CAMELLOS

«No se hacen ningún daño, ninguno en absoluto», asegura Yormaz y agrega: «los queremos como si fueran nuestros hijos».

Aunque para la lucha se les quita el bozal, una cinta sigue evitando que puedan morder de verdad.

Tolga, otro aficionado, explica las precauciones: el animal se cubre con mantas, luego con sacos de heno que amortiguan cualquier golpe y protegen contra el frío, encima se coloca un armazón de madera y otra manta.

«Hay que cuidarlos como si fuesen niños. Con lo grandes que son, son muy sensibles. Cuando llueve, se ponen malos enseguida; con lluvia se anula el festival», explica.

Tolga ha venido con su camello desde la ciudad costera de Bodrum, donde trabaja en verano como capitán de un barco de excursiones turísticas.

«En invierno no hay negocio y me dedico a los camellos. Es un hobby». Uno relativamente caro, admite, porque un camello joven cuesta decenas de miles de euros, hasta cien mil, y en los festivales no se gana dinero.

«No hay premios en metálico; puedes recibir cuatro o cinco mil liras (menos de mil euros), pero ya solo el pienso del camello durante el año vale el doble», asegura.

En las mantas que cubren los animales lucen nombres y teléfonos de negocios locales, una especie de patrocinio, que como mucho cubre los gastos de traslado, señala Yormaz.

«Uno se gasta en esto el dinero que otros gastan en fútbol», concluye Tolga.

Otro aficionado, Tunay, utiliza el mismo símil cuando se le pregunta por el valor de un camello de lucha: «Eso depende del prestigio que haya adquirido. Si tienes un Messi, puede valer un millón de liras (unos 150.000 euros)».

Los camellos de lucha, conocidos como ‘tülü’ en turco, hoy no se crían en Turquía, exceptuando una granja en Antalya, sino que se importan de países asiáticos, sobre todo de Irán.

«Se compran cuando tienen unos cinco o seis años; antes de cumplir siete u ocho no pueden luchar», detalla Tolga.

UN CRUCE DE CAMELLO MACHO Y DROMEDARIO HEMBRA

Son un cruce entre un camello asiático macho y un dromedario hembra. De la madre heredan la joroba única, del padre la forma de la cabeza y las lanosas crines que cuelgan del cuello, pero son más grandes y fuertes que cualquiera de sus progenitores.

La raza se conoce desde épocas otomanas, cuando se empleaba en el Ejército como animal de carga y cuando probablemente también se iniciaron las festivales de lucha, aunque la costumbre se conoce en toda Asia central.

La ley turca prohíbe «hacer luchar un animal contra otro» (las luchas de perros y gallos son ilegales), pero prevé una excepción para «espectáculos tradicionales con fines folclóricos, que no incluyan violencia», una categoría en la que caen las competiciones de camellos.

En todo caso, los ‘tülü’ no se emplean para ningún trabajo agrícola: fuera de la época de celo no hacen más que pastar tranquilamente. Eso sí, si no luchan o si se hacen demasiado mayores, pueden acabar convertidos en embutido.

El camino al ruedo está flanqueado por puestos que venden largas ristras de salchichas de camello. Y las fogatas en las que el público se ha calentado durante la espera ahora echan un espeso humo de barbacoa. Corre el raki, el aguardiente de anís local. Es la fiesta. Quién gana en el ruedo, al final, es lo de menos.

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