Como cada septiembre cierro los ojos y pienso en qué he aprendido este verano. Un verano más buscando hueco entre la multitud para plantar la toalla en alguna playa huyendo del asfixiante calor malagueño. Un verano más retratando alguna envidiable puesta de sol en nuestro destino de vacaciones o ese apetitoso almuerzo que, con unos filtros y un buen título se convierte en la envidia de todos.
Entre esa marabunta de postureos eternos en que se convierten las redes sociales cada temporada estival, de repente, aparece tu sonrisa. Como un latigazo que me recuerda que cuando menos te lo esperas, todo ese perfecto “ecosistema” se puede venir abajo. Querido Pablo, dices que esta segunda batalla te ha servido para ayudar a muchos. Pero tu empeño por vivir ha roto la burbuja de muchos, nos ha despertado, recordándonos qué es lo verdaderamente importante. Las redes sociales, esas mismas que a veces condenamos tanto, han sido la mejor válvula para llevar tu capacidad de superación y tu mensaje de optimismo muy lejos.
Estás dispuesto a cambiar el mundo y para eso nos necesitas a todos. A aquellos que han escuchado tu llamada y han hecho cola para hacerse donantes tras leerte o escucharte en televisión. A la familia virtual que sigue día a día tu evolución y te dan ánimos. O a aquellos que, como yo, tu historia les removió, rompiendo nuestros esquemas y que aún no hemos dado el paso, pero que daremos. En mi agenda de septiembre, esa que estrenamos todos llena de buenos propósitos, ya tengo una cita contigo. Prometido. Este nuevo curso cada vez que caiga, cada vez que tenga un mal día recordaré alguna de tus frases. Siempre fuerte, siempre.