Notas de un lector

Nos queda la melancolía

Elisa Martín Ortega ha trazado un mapa pleno de sensualidad desde donde revelar y desvelar la textura de las emociones

Publicado: 17/12/2024 ·
12:01
· Actualizado: 17/12/2024 · 12:01
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Tras la publicación de “Ensueño” (2009), “Alumbramiento” (2016) y “Corazón huido” (2022), ve la luz “La piel cantaba” (Cálamo, Palencia, 2024) de Elisa Martín Ortega. En esta ocasión, la escritora vallisoletana ha trazado un mapa pleno de sensualidad desde donde revelar y desvelar la textura de las emociones, las que aventan el dolor y la dicha, la voz y el silencio, la luz y la sombra.

Mediante un verso muy bien ritmado, la piel se hace protagonista de su decir. Y su palabra va recorriendo con sensualidad los límites humanos, los espacios donde lo corpóreo se sabe ajeno a cualquier frontera: “Espero que atraviesen/ tus caricias mi piel,/ que me toquen los huesos doloridos/ por tantos corazones/ partidos,/ por tantas angosturas,/ por los frutos intactos”.

En el afán de buscar la raíz de la hermosura, Elisa Martín Ortega intensifica su lenguaje y lo extrema para hacernos partícipes de cómo pronunciar la vida y sus enigmas. Porque el bordón de lo amatorio, desde las propias esquinas del placer o el sufrimiento, es el motor que incita al estallido de cada verso, a la desnudada visibilidad que esconde cada cuerpo: “Y quisiera decir: renuncio,/ y encontrar las palabras del retorno./ Mas el gemido de la boca, del sexo, de los ojos/ calla en mi garganta, sólo respira,/ se hunde hasta un pecho/ vacío y deseoso/ de ahogarse en lo más hondo,/ en un pozo de aire,/ en un hoyo de luz”.

Dividido en dos apartados, “Nocturno” y “Encantamiento” -al margen de un pórtico y una coda-, el volumen va tejiendo un cántico unitario, unánime en el anhelo de hallar un temblor cómplice, una lumbre solidaria con la que sentirse confortado. El yo lírico es consciente de que su reflejo no es “sino una promesa que desconozco” y, por eso, su búsqueda resulta incesante a la hora de alcanzar un eco, un estímulo que permita adivinar su necesaria identidad, su verdad corazonada: “Sólo nos queda la melancolía/ a ti y a mí/ para querernos”.

Dejó escrito Pablo Neruda en sus “Odas elementales”: Debajo de tu piel vive la luna. Aquí y ahora, Elisa Martín Ortega sabe que esa misma piel es el órgano del sentido del tacto, y entre lo pliegues de su verbo, entre las ramas de su mensaje, queda un sol que cobija, un hálito cristalino que envuelve los latidos de todo aquello que es memoria, que es mañana, que es principio y final del alma: “Ojalá respirara/ el amor en la piel./ Ojalá nos acercara la piel/ al corazón./ El cuerpo roto/ busca tocar /esta tarde una palabra: mi amor./ Saber hallarte/ con los ojos vendados,/palpar tu rostro…”.

La voz de la poeta no pierde la fe en la inocencia, la manera en la que habitar la fugacidad que inflama la existencia. Frente a la desposesión, hay un eco mítico que llega a ser fragilidad y milagro, asombro y misterio, en un poemario de alta temperatura lírica: “Un soplo ha deshojado/ mi mano,/ y me ha arrancado un pétalo (…) Mi garganta sin flores,/ sin lágrimas/ y sin corteza/ es un túnel vacío/ rígido y deseoso/ de que germine/ el llanto”.

 

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