Esta historia es triste, pero al menos tuvo un final feliz para el gato, al que se liberó de la pesada carga de pelo que portaba a modo de ‘rastas’.
El felino convivía con Paul Russel, un enfermo de Alzheimer que con su empeoramiento olvidó cuidar a la mascota de forma correcta. Así, sin querer hacerle daño al animalito, descuidó su higiene básica y el pelo le fue creciendo tanto que apenas podía moverse.
Ha sido adoptado por los parientes del enfermo, que explican cómo poco a poco se ha ido adaptando a su nueva situación: «al principio estaba muy asustado, se escondía bajo los muebles, pero ya duerme feliz sobre su camita».
Esta historia nos recuerda a otra que ya te contamos: ¿sabes lo que pasa si no esquilas a una oveja durante cinco años?