Alfredo Valenzuela. EFE | Pan ácimo, cordero, lechuga, aceite de oliva, aceitunas y vino tinto que tomaron en una sola copa constituyó el menú de la última cena, en la que también es probable que se comiera pescado y algún guiso de legumbres, según ha dicho a EFE Almudena Villegas, especialista en historia de la cocina y autora de «La cocina hebrea» (Almuzara).
Autora de algo más de cuarenta libros sobre gastronomía, cocina e historia de la comida, Villegas ha asegurado que los Evangelios señalan cómo Jesús y sus discípulos se dispusieron a preparar la cena pascual -la pascua judía no coincide con la Semana Santa pero también se celebra en primavera-, cuyo plato central es el cordero pascual, un animal joven nacido el invierno previo, una carne tierna y de calidad.
Como la pascua judía conmemora la salida de Egipto y, por tanto, el fin de la esclavitud, en la celebración se incluían hierbas amargas, como la lechuga, en recuerdo de la esclavitud, ya que todos los alimentos de la celebración simbolizan o representan algún hito de la historia del pueblo judío, según Villegas, miembro de la Real Academia de Gastronomía y de la Red de Excelencia de Investigadores del Instituto Europeo de Historia de la Alimentación.
Según la historiadora, en la mesa de la última cena debió haber igualmente aceitunas y aceite de oliva que, presente en todas las mesas de la época, se empleaba tanto para mojar el pan como para aliñar los alimentos, y también era «lo más habitual» algún guiso de legumbres, probablemente lentejas, las más comunes.
El vino tinto lo mencionan los Evangelios, así como que todos los asistentes a la última cena lo tomaran de una misma copa, mientras que el pescado, también probable por ser pescadores algunos de los discípulos, seguramente lo tomaron de una fuente común sirviéndoselo sobre el pan, ya que no se empleaban platos a no ser que el alimento fuese líquido, en cuyo caso se recurría a un recipiente individual, según Villegas.
El postre debieron ser dátiles e higos secos, con la posibilidad de que los comieran con miel pues la masa que se hizo costumbre entre los judíos a base de manzana, higos y dátiles es mucho más moderna.
Villegas dedica «La cocina hebrea» a la cocina de la antigüedad, desde la manzana del Edén, de la que dice que era más probable que fuese un higo que una manzana, fruta procedente de oriente que tardó en aclimatarse en el medio oriente, hasta la época de Jesús, con alusiones a los banquetes de los reyes David y Salomón, lo cuales impresionaron por su riqueza a la misma reina de Saba.
Los platos más comunes de los judíos de la antigüedad eran las tortas blandas de pan no fermentado, ya que este pan era muy polivalente y les servía de plato y hasta de cuchara, y los lácteos y quesos, según la historiadora, quien ha señalado que si lo primero que determina una dieta es el territorio y el clima, también influyen la cultura y los elementos espirituales, de ahí que los humanos «rechacen alimentos por una forma de pensar», y los judíos no aceptaran el cerdo.
La Biblia supone una fuente histórica básica para el estudio de la alimentación porque, si bien los relatos bíblicos pueden exagerar acerca de las batallas y los enemigos, no lo hacen sobre los alimentos, considerados una mera fuente de supervivencia, según ha considerado Villegas, quien tiene el Premio Nacional de Investigación en Gastronomía, el Premio Nacional de Gastronomía a la mejor publicación y el Premio de la Academia Internacional de Gastronomía, entre otros.
La historiadora, para quien los mitos y leyendas en muchos casos están conformados por una buena parte de realidad, ha señalado que el maná es más que probable que no se tratara solo de una metáfora, y ha citado una planta del desierto que genera unas semillas muy ligeras que el viento se lleva, que son comestibles y que no se pueden conservan por ser extremadamente frágiles.