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Perros entrenados detectan diabetes o epilepsia con su olfato

Un ladrido puede ser interpretado de diferentes maneras. La mayoría de las personas lo identifica como un sonido molesto, a otras, sin embargo, pueden salvarle la vida. La Fundación CANEM persigue este fin desde hace seis años entrenando el olfato de cachorros para que avisen con antelación a sus dueños, usuarios que padecen diabetes y/o […]

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Un ladrido puede ser interpretado de diferentes maneras. La mayoría de las personas lo identifica como un sonido molesto, a otras, sin embargo, pueden salvarle la vida. La Fundación CANEM persigue este fin desde hace seis años entrenando el olfato de cachorros para que avisen con antelación a sus dueños, usuarios que padecen diabetes y/o sufren crisis de epilepsia.

Estos pequeños héroes son conocidos como ‘perros de alerta médica‘, canes seleccionados por esta organización, afincada en la capital aragonesa, que han sido adiestrados para localizar mediante olores las subidas y bajadas de glucosa y las crisis de desconexión sensorial. Después, emiten una serie de ladridos con minutos de antelación, un tiempo que es muy importante para tomar todas las medidas posibles antes de que se produzcan los episodios.

Para ello, estos «dulces detectores» reciben instrucciones muy precisas sobre los olores que deben captar, concretamente el del isopreno, un elemento químico natural que se encuentra en la respiración humana, cuenta Lidia Nicuesa, psicopedagoga de la Fundación CANEM.

«Dependiendo de los índices que experimente la persona de esta sustancia, el perro es capaz de averiguar si se van producir alteraciones en sus niveles de azúcar en sangre o bien si se avecina una crisis epiléptica. Si descubre algo anormal, ladrará con el tiempo suficiente para que el dueño pueda anticiparse y así reducir los riesgos», explica.

La educación responde a múltiples detalles. Todo comienza con la selección de la raza, ya que solo los ejemplares de la familia ‘Jack Russell Terrier‘ reciben adiestramiento gracias a su «pequeño tamaño», ideal para acompañar a su dueño «a todo tipo de ambientes, como al trabajo o restaurantes, entre otros», y también por su «comportamiento activo«, subraya Nicuesa.

Superado este paso, el proceso (supervisado por un equipo de profesionales de CANEM) comienza con cachorros de dos meses y medio de vida, y dura alrededor de cuatro meses. Durante este tiempo se realiza un entrenamiento definido en dos fases.

En la primera, cuando los canes han sido escogidos, viajan a las instalaciones de la fundación y son llevados al laboratorio para «conocer» el olor que han de detectar y «saber cómo responder» en una determinada situación.

A continuación, en la segunda etapa, se realizan pruebas en entornos simulados, lo más fieles posibles a la realidad, como un salón, un dormitorio o incluso una cafetería, con el objetivo de que hagan «una vida completamente normal» y así superen un «proceso de adaptación» con una familia de tutela en el que «aprendan a alertar con antelación», reconoce la psicopedagoga.

Durante estas semanas, los perros son sometidos a numerosos ensayos para determinar un «alto grado de acierto«, y aunque existe un «leve margen de error» (menos del 5 % de las veces) ya sea porque no capte el olor o porque no sepa cómo ha de reaccionar, Nicuesa afirma que los exámenes no concluyen hasta que no haya «un 100 % de éxito» en cada uno de los test que realizan.

Cuando finaliza este periodo, los ‘perros de alerta médica’, ya con seis meses de edad, están «completamente educados y adiestrados», y son entregados a sus nuevos dueños, que han de realizar un curso y seguir varias instrucciones para aprender los detalles de su manejo.

Uno de estos cachorros es Sweet, una perrita que los padres de Erik, un niño de nueve años de Zaragoza que tiene diabetes, adquirieron en 2014 para que les echase una mano con las «agitadas» subidas y bajadas de glucosa en sangre que sufría su hijo en aquella época.

«Nos ha aportado muchísima tranquilidad en casa. Decidimos ir a por un ‘perro de alerta médica’ cuando un día el niño sufrió una bajada de azúcar que se prolongó durante mucho tiempo. Desde entonces, gracias a ella, disponemos de unos 30 minutos de margen antes de que se noten los efectos para anticiparnos y actuar» asegura Olga, la madre de Erik.

Durante estos años, Sweet se ha ganado la confianza y el cariño de toda la familia, llegando a convertirse en un método «mucho más fiable que cualquier máquina» destinada al control de la diabetes, además de ser la «mejor amiga» del pequeño de la casa.

«En cinco años que lleva con nosotros nunca ha fallado. Recuerdo una vez que todos los signos que mostraba Erik estaban estables y ella no dejaba de ladrar, estaba muy nerviosa. Después de realizarle una corrección al niño, ella seguía igual de insistente, y lo que pasó fue que la cánula del catéter estaba obstruida. Lo cambiamos, Sweet se calmó y nos fuimos a dormir», recuerda Olga.

Ésta es una de las más de 100 familias que han recibido uno de los cachorros adiestrados por la Fundación CANEM, todas ellas procedentes de varios rincones de España (ocho son de Zaragoza), e incluso de otros países como Alemania, Colombia o República Checa.

Ahora, el objetivo de la organización es intentar cerrar este año 2019 con una nueva tanda de 20 ‘perros de alerta médica’ preparados para proteger a sus futuros dueños, una cifra que, a pesar de ser inferior a la del último año (31 canes), no daña el optimismo y las ganas de trabajar de este grupo de profesionales que quiere seguir ayudando a salvar vidas en el futuro.

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