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Alcalá la Real

"Dale limosna, mujer": Frasquito, el famoso guía ciego de la Alhambra, nació en Alcalá

Rafael García Medina confirma el origen alcalaíno del famoso cicerone al que el poeta mexicano Francisco de Icaza dedicó los célebres versos

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  • Partida bautismal de Frasquito, localizada por Rafael García Medina.

La publicación del popular “Programa” de la Virgen, “A la Patrona de Alcalá”, suele incluir cada año artículos de interés referentes a los más variados ámbitos de la cultura, sociedad o historia de Alcalá la Real. De entre los de este año queremos destacar uno cuya autoría corresponde a Rafael García Medina y que lleva por título “Franquito, el guía ciego de la Alhambra”. Y es que de todos es conocida la archifamosa frase “Dale limosna mujer, que no hay en el mundo nada como la pena de ser ciego en Granada”. Lo que pocos saben es que dicha cita iba dirigida a un personaje que hacía las veces de guía del más famoso monumento granadino, un ciego nacido en Alcalá la Real.

Tal y como explica García Medina en su artículo, los versos los compuso en 1922 el poeta mexicano Francisco de Icaza y Beña, conocido también como crítico literario, historiador, miembro de la Real Academia de la Historia y de las Bellas Artes y diplomático. Icaza se había casado décadas atrás Beatriz de León, una dama de la alta burguesía que le doblaba la edad y, según algunos biógrafos, “fue mientras ambos paseaban por los bosques alhambreños cuando se encontraron con la estampa lastimera del ciego de la Puerta de la Justicia”. Aquella escena debió impresionar tanto al poeta que, dirigiéndose a su esposa, pronunció las célebres palabras que hoy figuran en tantas placas cerámicas de la ciudad de Granada.

Durante años  han sido muchos los que han intentado descubrir quién sería aquel ciego e incluso se dudaba de si realmente existió. Ahora, tal y como apunta el autor de este artículo “por una interesante investigación de Gabriel Medina Vílchez, agente turístico de Motril, publicada en 2022, sabemos quién fue aquel personaje. Según Medina el citado ciego no pudo ser otro que Francisco Ramírez Romero, nacido en Alcalá la Real. La pista se la había dado el prestigioso periodista granadino José Cirre Jiménez, quien, en 1942 había publicado en el periódico Patria un artículo titulado “Frasquito, el guía ciego que enseñaba la Alhambra”.

Según señala Rafael García Medina “en mi afán de reafirmar el personaje como alcalaíno, fue empeño el indagar sus raíces. Así, con la estimable colaboración del párroco don Juan Ramón encontramos algunos datos en el archivo parroquial de Consolación. Por otro lado, en el Archivo Municipal removimos padrones, libros de nacimientos, defunciones, etc”. Finalmente, se halló la partida bautismal, en la que reza: Francisco Ramírez Romero. En la ciudad de Alcalá la Real, provincia y obispado de Jaén, en cuatro de junio de mil ochocientos ochenta, yo, don Antonio González, coadjutor de la parroquial de Santa María la Mayor de la misma, bauticé solemnemente … a un niño que nació antes de ayer a las cuatro y media de la tarde, en la calle Llana, y se le puso por nombre Francisco Carraciolo de la Santísima Trinidad…”

Fueron sus padres Cecilio Ramírez Hidalgo y Francisca Romero González. El matrimonio tuvo tres hijos, siendo Francisco el menor. En 1878, algo antes de su nacimiento, la familia vivía en la calle Veracruz. El padre, de profesión barbero, fallecería apenas cinco años después del nacimiento de Francisco, en 1885. Ocho años más tarde, en 1893, aparece la primera indicación de que Francisco es ciego. Tenía entonces trece años. Debió ser ya a principios del nuevo siglo cuando la madre, buscando otro porvenir para su familia se traslada a Granada con sus tres hijos. Nada más llegar, a pesar de su incapacidad, el muchacho pudo colocarse en el Hotel los Siete Suelos, donde su hermano Fermín lo haría de camarero. Su estancia en el hotel le posibilitó “chapurrear” algunos idiomas, lo que le permitía ofrecer sus servicios como guía turístico. Era, además, un excelente tocador de bandurria, sin duda iniciado por el padre, pues sabida era la afición de los barberos por este instrumento. En 1916, al fallecer su hermano Fermín, Frasquito acogió en su casa a su cuñada y sobrinos. “Aunque la vista falte, el corazón no”, declaraba en el delicioso artículo/entrevista que le dedicó José Cirre, en el que relataba “aunque el servicio era penoso, me gustaba porque vivía en la Alhambra. Me gustaba mucho escuchar las historias que contaban los viajeros de países lejanos, las conversaciones con mis compañeros de trabajo y sobre todo, me colmaba de satisfacción el despertar y prepararme para bajar al mercado con la borriquilla del hotel a hacer la compra diaria. Entonces parecía que los pajarillos del bosque me saludaban cantando de mil suertes”.

Cuando el periodista le preguntaba cómo pudo ser guía de la Alhambra siendo ciego, él respondía “a fuerza de voluntad retuve en la memoria las descripciones que me hicieron del recinto y después la práctica me dio tal soltura para ir estancia por estancia, y detalle por detalle explicando, que los extranjeros me preferían en ocasiones a algunos videntes”. No faltan en el relato venturas y desventuras, como la de aquel turista que desechó sus servicios por parecerles caros –treinta reales- y decidió hacer la visita por su cuenta, cayendo en un sótano de gran profundidad, donde estuvo tres días dando gritos y disparando al aire tiros con una pistola. En su desesperación, cuando le sacaron declaró que la última bala la reservaba ya para él”.

Según concluye Rafael García Medina en su artículo “Frasquito, que debió dejar el mundo sobre los 85 años, murió sin saber que había pasado a la historia, que fue él quien provocó el mejor de los piropos a la inmoral Granada. Aquel invidente alcalaíno que un personaje popular, querido y respetado por todos. Guía turístico singular y único, su voz como un verso quebrado exprimía sus sentidos por los mármoles, bajo los techos de mocárabes. ¿Cómo vería aquel hombre los palacios nazaríes? Sin duda con los ojos del alma, acaso guiado por la sublime melancolía del agua, quizás por el tibio aroma de los arrayanes. ¿No se merecería Francisco el Ciego una placa en algún lugar de la Mota, donde en azulejos granadinos quedara escrita su memoria?”.

 

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