La novela vista como un gran cúmulo de experiencias

Publicado: 23/06/2010
Manuel Vicent cree que el novelista no debe escribir ?de lo que ha vivido, sino de lo que ha experimentado?, y bajo esa convicción ha ido construyendo sus libros con materiales ?casi todos procedentes de un derribo espiritual? y con un lenguaje lo más sencillo posible.
Manuel Vicent cree que el novelista no debe escribir “de lo que ha vivido, sino de lo que ha experimentado”, y bajo esa convicción ha ido construyendo sus libros con materiales “casi todos procedentes de un derribo espiritual” y con un lenguaje lo más sencillo posible.

“La verdad es más profunda cuanto más sencillas y desnudas son las palabras”, afirmaba hoy Vicent en la tercera y última jornada de los encuentros Lecciones y maestros, dedicados en su cuarta edición a profundizar en la literatura del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín y de los españoles Rosa Montero y Vicent.

Vicent, que fue presentado por el cineasta y novelista David Trueba como “un gran contador de las cosas", capaz de elevar la conversación a las bellas artes”, rescató en su magistral lección recuerdos de su infancia y adolescencia que luego han sido esenciales para libros como Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa y Jardín de Villa Valeria.

“Todos están basados en una memoria fermentada por la imaginación y diluida en un tiempo y en un espacio determinados. Se trata de una experiencia literaria, no de una autobiografía”, subrayaba este destacado narrador y excelente columnista, galardonado con premios como el Alfaguara de Novela, el Nadal, el César González Ruano o el Francisco Cerecedo.

Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) alcanzó “el uso de razón” jugando entre las ruinas de un balneario que había en su pueblo y que durante la guerra “fue convertido en hospital de sangre y la artillería de los nacionales no cesó de enviarle hierros hasta reducirlo a escombros”.

Sólo se salvó de la destrucción el cinematógrafo, donde “héroes” como Charlot, Jaimito y el Gordo y el Flaco “habían dejado sus sombras en el aire de aquel recinto cerrado” y en el que, en plena guerra, se instaló un quirófano de campaña para atender a los heridos de la “cruenta” batalla de Teruel.

En ese mismo lugar, Vicent y sus amigos jugaban de niños “sin saber que las manchas oscuras que todavía perduraban en el suelo y en las paredes eran de sangre de soldados de verdad”. Cuando fue creciendo, llegó un momento en que Vicent no distinguía “la realidad y la ficción”.

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