El director de Los santos inocentes, como él mismo reconoce que le presentaban en los festivales internacionales, se siente halagado con el premio que le entrega una Academia a la que sólo perteneció unos días, y por no discutir, cuando era presidente su amigo Fernando Rey.
La encuentra poco efectiva: “La Academia tendría que estar en un pie de guerra permanente”, dijo, y aunque es reacio a hablar de sí mismo, acaba siendo un torrente al detallar los motivos.
Ve “superfluo” organizar cada año una fiesta de una noche, que es “calcada de los Óscar”, en lugar de resolver asuntos importantes, como el doblaje de las películas, algo que “no se puede permitir -dijo rotundo- el cine español”.
El cineasta, que hizo estas declaraciones en la sede de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, situada en una céntrica calle de Madrid, califica la ley del doblaje de obsoleta y hace notar que ningún director general de cine se ha planteado suprimirla.
Ahora, dijo, no sólo nos invaden con películas extranjeras “en nuestra propia lengua”, sino también con series de televisión “espantosas” a “precios ridículos”.
Elegante, con jersey de pico sobre camisa con corbata, vaqueros y abrigo de tweed, Mario Camus (Santander, 1935) afirmó que ha hecho siempre el cine que ha querido, si bien algunas veces lo hizo por encargo y “para sobrevivir”.
A este “superviviente”, cuyo último trabajo fue El prado de las estrellas , le encantaría que el público reconociera sus películas sin ver los créditos, aunque reconoce su “sello” tras años de trabajo en La colmena , Sombras de una batalla, La ciudad de los prodigios , o series míticas de televisión como Fortunata y Jacinta, o Curro Jiménez.
“Yo lo he pasado bien, aparte de trabajar como un animal, pero es que me encanta mi profesión”, resumió.