En esto del Carnaval la gente sigue sin aclararse. Sin embargo los locos lo tenemos más claro que un puchero sin avíos. Por algo nos tiramos muchas horas en la biblioteca del manicomio dándole vueltas al coco y no vamos a privarlos a ustedes de todo lo que hemos aprendido allí.
No se sabe cuándo apareció el Carnaval sobre la castigada superficie de este planeta, aunque es verdad que el cachondeo nunca estuvo sujeto a fechas, y a cada experto se le ha ido ocurriendo una cosa distinta. Unos dicen que el origen estuvo en las fiestas paganas que se celebraban en honor a Baco, el dios romano al que le gustaba con delirio el vino y las fiestas. De ahí que muchos paisanos llegan a creer hoy que el Carnaval es cosa de cuatro borrachines que se tambalean por la calles diciendo disparates. Otros aseguran que los carnavales eran una continuación de los antiguos saturnales romanos en honor a Saturno, dios de la agricultura. Hay para todos los gustos, incluso los que ponen la mano en el fuego (como la Montero, que la debe tener chamuscada) defendiendo que hay que remontarse al antiguo Egipto, cuyos habitantes aparecen siempre puestos de lado, pero seguro que en Carnaval cambiaban de postura. Otros afirman que los carnavales consistían en los antiguos ritos que se celebraban en honor al invierno que ya comenzaba a irse de una vez. Otros dicen que Carnaval viene de la expresión latina carnem vale, adiós a la carne, porque la palabra vale, por cierto, última palabra del Quijote, significa adiós, muy apropiada para iniciar la Cuaresma.
Sin embargo, la Iglesia era quien lo tenía claro y transparente. Cuando vio el panorama, pensó que no se podía tener al personal, que ya de por sí es pecador de la pradera, en continuo freno y falto de tó y al que se le podía endosar continuamente penitencia, ayuno y mala vida. De modo que va a permitir que cuarenta días antes del calvario, la gente se divierta, que sea libre, porque después no iba a ver la carne ni en pintura por muy buena que estuviera; que tendrá que comer alcauciles y chícharos, que ayunará a tope y que se olvidará del Muelle. De ahí que otros defiendan que Carnaval procede del latín carnem levare, en cristiano quitar la carne e irse preparando, y no solamente la del carnicero, sino también la que cubre con más o menos acierto nuestra estructura de huesos.
Así que cuarenta días antes del sacrificio se permitirá el roce sensual, la mirada pecadora, el ligue y todo lo que huela a sexo, es decir, un ómnibus completo, aunque más agradable que el de Sánchez. El Carnaval iba a ser para los restos como una compensación previa, un derroche de los sentidos y un prepárate para lo que viene. Otros expertos sugieren que el nombre de Carnaval vendría de carrus navalis, carro naval, utilizado en el culto celebrado en honor a la diosa Isis, algo parecido a las modernas bateas que utilizan los coros de Cádiz en sus carruseles. Desde esos carros se tiraban las flores de la inminente primavera.
A los locos nos da igual ni cuándo ni dónde comenzó el Carnaval, ni cuantos años lleva moviendo esqueletos. En todo caso, aquí en el manicomio nos llama mucho la atención que haya paisanos que disfruten más con los latigazos que con el pitorreo. Si los cuerdos vivieran el Carnaval de Cádiz como lo vivimos los locos, el mundo sería distinto. Tienen una joya en las manos y no se han enterado todavía. Puede que algún día se enteren. Vale.