Siglo a siglo. Lustro a lustro, bien sea por abdicación, por reformas legislativas, por revolución o golpes de Estado, las monarquías se extinguen. Los países occidentales ya no las necesitan. Esto es lo que dicen las cifras, por un lado, y el ordenamiento socio-político de los Estados en la actualidad, por otro. No en vano en un siglo escaso, las veintidós realezas europeas que existían han decrecido hasta establecerse en diez únicas coronas. Ocho de ellas constitucionales y solo dos -Mónaco y Liechtenstein- con ciertos atributos gubernamentales. Todo ello sin ir más allá en el tiempo y hablando únicamente de Europa. Que para muestra basta un botón. En cambio, en ese mismo periodo de tiempo las repúblicas han aumentado de cuatro a treinta y cuatro. Cuando el río suena agua lleva.
Hubo épocas pasadas donde sin la persona del monarca, el gobierno del país era prácticamente imposible, porque desde él fluía todo el poder hacia los nobles, aristócratas, súbditos y cualquier cosa que respirara dentro de su heredad. Pero lo dicho, eso fue antes de ayer. Por cuestiones básicamente evolutivas, la monarquía etimológicamente entendida, hoy no tiene razón de ser.
Estas circunstancias descritas son atribuibles al destino del resto de reinos existentes incluyéndonos a nosotros los españoles. Además, aquí tenemos algo más que agregar para argumentar el alegato de su esterilidad. Ese fundamento no es otro que el padecimiento de la casta borbónica. Desde que Carlos III, llamado, el mejor alcalde de Madrid, abandonó el mundo en 1788, soportamos una penitencia que dura hasta nuestros días. Primero con su hijo Carlos IV, el divino tonto, al que relevó Fernando VII el deseado, represor empedernido, que restableció la monarquía absoluta y declaró nula las Cortes de Cádiz ¡tócate los huevos! Luego vino Isabel II la ninfómana, que reinó España desde la cama, acompañada siempre de un buen falo. Jodió a toda la nación, pero su potorro se lo pasó pipa. De su hijo Alfonso XII el pacificador, diremos abreviando que no fue el peor de todos porque solo reinó 11 años, pero sí que fue otro follador recalcitrante siguiendo la tradición borbónica. A él lo remplazó Alfonso XIII el africano, colega de Primo de Rivera. Como para fiarse mucho del menda. Este anduvo listo y se quitó a tiempo de en medio tras las municipales de 1931. Luego, hasta su muerte, se dedicó a vivir en hoteles de lujo por toda Europa con el dinero afanado a las arcas españolas, depositados previamente en cuentas de Suiza e Inglaterra.
Cuando parecía que con su huida se terminaban las tropelías del apellido Borbón, el dictador Franco nos devolvió de nuevo la corona para seguir mortificándonos desde su tumba. Ahora le llega el turno a Juan Carlos I, que fue apodado el breve, pero los cálculos fallaron y duró casi 40 años. Para hablar de este no hay que saber historia porque todos lo conocemos. Por ahí anda ocultando su indecencia entre juzgados, hacienda y, como no, con un cinturón de castidad que a sus 87 años no sé la puñetera falta que le hace. Cuando los españoles nos enteramos de su cariño a los elefantes, el periódico Romania Libera de Bucarest, ya había informado en el año 2004 de una cacería en Los Cárpatos, en la que S.M. el breve, mató a escopetazos a nueve osos y un lobo, dejando mal heridos a otros pocos animales salvajes. Lógicamente con su verga soberana a salvo, protegida por varios miembros de la policía secreta rumana disfrazados de campesinos. Me paro aquí para no hacer más sangre y vuelvo al principio.
Que los tiempos cambian es algo de Primero de Educación Infantil y dicho queda al principio. Las monarquías son anacrónicas. Solo continúan las citadas anteriormente por razones nostálgicas o de arraigos consistentes como la británica. Pero todo es cuestión de tiempo.
Políticamente el Rey es un convidado de piedra que no puede hacer nada sin el visto bueno de la gerencia administrativa. De ahí su irresponsabilidad. Es un menor de edad sujeto a la tutela del Gobierno. ¿Por qué tiene un pueblo que tragarse perpetuamente un Jefe de Estado de manifiesta inutilidad, que además nos cuesta cerca de 9.000 millones de euros todos los años? Un Ejecutivo puede cambiarse mediante elección cíclica, pero un monarca no se cala como las sandías. El que toque tocó y a joderse.
Históricamente, en 1936 los golpistas se alzaron contra una República democráticamente constituida. Por tanto, con el muerto en el hoyo, a la extinción de la dictadura, ese fue el Régimen que debió restaurarse. Ahora en lugar de ciudadanos somos plebeyos.
Para terminar, diré que no tengo nada contra Felipe VI. Por el contrario, desde la distancia lo imagino cordial al trato y algo ingenuo. No da muestras de las máculas genéticas de sus antecesores. Pero en este teatro de la vida se sienta en la fila y butaca equivocada. Decenas de millones de españoles son magníficas personas y ninguno vive en un palacio con un séquito a su servicio.
En resumen, ser republicado no es inconformismo ni rebeldía. Es simplemente una congruencia justa y apropiada a la época actual.