¿A quién le importa realmente el futuro de Abengoa?

Ni los dueños actuales, ni los futuros, ni la Junta ni el Gobierno central, ni su propia cúpula hacen nada: la firma se muere

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Abengoa se desangra día a día en medio de la desidia de la mayoría de quienes observan la jibarización acelerada de la mayor empresa privada de Andalucía. Pierde personal de altísima cualificación que se va a compañías de primer nivel dentro y fuera de España; pierde contratos porque no puede concurrir debido a la situación preconcursal que arrastra desde noviembre; pierde prestigio; pierde dinero. En definitiva, un desastre sin paliativos. Pero, ¿a quién le importa realmente el futuro de Abengoa, de sus empleados y del amplio conocimiento tecnológico atesorado en 75 años?

A los aún dueños parece que poco o nada. Enfrascados desde hace meses en una nueva guerra cainita desatada por la soberbia del expresidente Felipe Benjumea, cuyo criterio de gestión principal es quién está conmigo y quién no por encima de su mayor o menor valía profesional, las cinco familias agrupadas en Inversión Corporativa ya sólo miran su bolsillo. Felipe, además, se ha reconvertido a empresario individual y sus cientos de antiguos compañeros de Palmas Altas -excepto los que le sirvan para sus nuevos proyectos- le importan exactamente cero.

A los nuevos dueños, banca y bonistas, que se hartaron en 2015 de seguir inflando el globo vía créditos y compra de deuda, lo que les interesa es recuperar lo máximo posible de lo que prestaron al grupo. Lógico, pero igualmente lamentable desde el prisma de garantizar algún futuro para el grupo industrial.

La Junta, ni está ni se le espera. Quizá hasta mejor así, porque viendo su sideral incapacidad de gestión en otros muchos ámbitos pues que ni intervenga. El Gobierno central, tres cuartos de lo mismo, menos aún sin ministro de Industria tras la renuncia de José Manuel Soria por los papeles de Panamá.

¿Y la cúpula de la empresa, fiel aún a Felipe, el principal responsable de todo?  Desaparecida en combate, y conocedora de su situación de provisionalidad ante la llegada de nuevos dueños. Sólo los empleados rasos, los sindicatos (desde hace pocos meses) y algunos periodistas parecemos lamentar esta tragedia.

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