El día 7 de septiembre de 1935 fue glorioso para Torremolinos. Hacia las nueve y media de la mañana, bajo un sol radiante, llegaba a la estación de Málaga el tren que, procedente de Madrid, conducía al representante del Ministro de Obras Públicas, así como a los máximos responsables de la Asociación de Ferroviarios de España y numerosos invitados de excepción. Ya en la capital costasoleña, se sumaron a ellos el Alcalde de Málaga, las autoridades civiles y militares, las de los distintos cuerpos de seguridad ciudadana, Presidente y funcionarios de la Diputación Provincial, diversos ex alcaldes malagueños, ingenieros, arquitectos, directores de centros de enseñanza y de escuelas de artes y oficios, representantes del Círculo Mercantil, regidores de las empresas de tranvía y ferrocarril, y personalidades del mundo cultural y periodístico. ¿A qué obedecía tan singular concentración?
Tan solo veinte meses antes se había colocado la primera piedra del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Torremolinos. Ahora, en tiempo récord para la magnitud de la obra, se inauguraba oficialmente. Ese era el motivo de aquella magna confluencia de personalidades en el lugar donde se levantaba el radiante Colegio, el segundo Hogar para huérfanos de ferroviarios que se construía en España, después del de Madrid. Allí, con gran despliegue de banderas y sones de la banda municipal de música, una ingente multitud de trabajadores y simpatizantes de la Asociación de Ferroviarios, llegados de diferentes provincias, recibió cálidamente a las autoridades que iban a protagonizar la solemne inauguración.
El ideario de los fundadores del Colegio de Huérfanos -con su principal impulsor, Don Antonio Gistau, al frente- lo resume excelentemente el Boletín Oficial del Colegio en su número 95, correspondiente al mismo mes de septiembre en que tuvo lugar la célebre inauguración del segundo Centro, el de Torremolinos. De esta notable publicación extractamos el texto siguiente:
"No estaría totalmente cumplida la voluntad de los iniciadores y de los que hoy continuamos su obra mientras a las puertas de nuestras aulas hubiera huérfanos sin poder recibir el consuelo de sus beneficios; y, conscientes de esa situación angustiosa, anhelantes de poner remedio a una necesidad tan hondamente sentida, al inaugurar hoy el Colegio de Torremolinos hemos visto florecer en nuestro espíritu la alegría de la esperanza, la satisfacción del deber cumplido, sin que demos éste por terminado en tanto que un solo aspirante figure en esta condición, sin poder incorporarse en el lugar que le corresponde.
A partir de esta fecha memorable, trescientos niños, hijos de nuestros compañeros fallecidos, encontrarán hogar y escuela en uno de los lugares más hermosos de España, junto a las suaves playas malagueñas… Nuestra protección a esos huérfanos no podía reducirse al subsidio económico que la falta de locales nos imponía. Los principios generosos, que son base de nuestra Institución, no son únicamente los de proporcionar el pan del cuerpo, sino el alimento del espíritu. Si hemos de sustituir al padre que falta, habremos de cumplir sus funciones con el mejor acierto; y un padre no solo busca para sus hijos la subsistencia material, sino aquella otra más delicada, más llena de espiritualidad, aquélla que solo se consigue con la educación y la cultura".
Tras recorrer las autoridades las distintas dependencias del nuevo Colegio, cuya sólida estructura y magistral disposición de los espacios interiores elogiaron unánime y calurosamente, pasaron al salón de actos, "luminoso y bellísimo, con reminiscencias de patio andaluz", el mismo amplio salón que hoy día admiramos y que tantos eventos protagoniza. El presidente del Colegio de Huérfanos, Sr. Saco Torres, recibió a los ilustres visitantes y dio comienzo al solemne acto con estas palabras iniciales: "Nuevamente, en estos momentos, los ferroviarios españoles sienten latir su corazón con júbilo, henchidos de entusiasmo, al ver plasmada en realidad la construcción de un nuevo hogar donde recoger a los huérfanos… Aquí, respirando continuamente el aire puro del mar, teniendo ante su vista amplios horizontes, pronto 300 de nuestros niños más pequeños vendrán a alegrar con sus risas y juegos estos amenos lugares".
El mantenimiento del Colegio de Huérfanos de Torremolinos, al igual que el central de Madrid y las filiales que más tarde se edificarían en diferentes lugares de la península, se sufragaba íntegramente con las aportaciones de los treinta y cinco mil socios que entonces componían la Asociación General de Empleados y Obreros de los Ferrocarriles de España.
El Colegio de Huérfanos de Ferroviarios dio un gran impulso cultural a Torremolinos, pues, de las pocas decenas de escolares con que contaba el que hacía una década había dejado de ser pueblo para convertirse en un barrio más de Málaga, de pronto vio cuadruplicada su capacidad escolar a partir de aquel memorable 7 de septiembre de 1935.