Envenenadores Ideológicos

Publicado: 22/05/2020
Autor

Rafael Fenoy

Rafael Fenoy se define entrado en años, aunque, a pesar de ello, no deja de estar sorprendido cada día

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Si el mensaje recibido es importante, siempre, siempre, confirmarlo por otros medios y sólo entonces, compartirlo. Evitar ser cómplices de los “envenenadores"
Buen punto de partida el que nos ofreció Descartes en el S. XVII.  Puedo dudar de todo, menos de que estoy dudando. No es fácil acceder a un conocimiento “veraz”. Y menos en una época en la que a través de los medios de comunicación nos encontramos “hiper-conectados” a todo tipo de mensajes, que por el simple hecho de saber que se construyen y emiten con determinadas intenciones, no explicitas, se hace complejo el autentificarlos.

Por otro lado el ser humano necesita, por su propia curiosidad innata, motor de su evolución como especie, encontrar respuesta a los interrogantes que se le formulan. Auto-controlar esta tendencia de nuestra mente nos libera de su servidumbre. Este autocontrol no es nada fácil y por ello la regla de oro de la mejor manipulación parte del principio de sembrar la duda. El esquema es bastante sencillo pero muy eficiente.  Comienza con ¿sabe Vd que…? Una pregunta que no pretende ser contestada, sino que se dirige a poner en marcha la “curiosidad” del destinatario del mensaje. Y son tantas y tantas cosas las que desconocemos, que es bastante fácil activar el mecanismo. A partir de ese momento se va ofreciendo el mensaje para que nuestra mente “ávida” de ese conocimiento, lo inserte en los esquemas cognitivos que ya se poseen.

Si ese ajuste se produce por coincidencia de alguna parte del mensaje con las “creencias” previas que se poseen, el éxito de la manipulación está asegurada. El destinatario del mensaje se lo “traga” absolutamente todo, sin que esa mente, antes despierta, ponga entre paréntesis afirmaciones no fundamentadas, incrustadas en un relato “contundente” de alguien que afirma “esto o aquello”.

Este mecanismo funciona, en mayor o menor medida, pero en todos los medios de comunicación. Y cuanto mayores son los recursos con que cuentan, más posibilidades de disfrazar la realidad tienen, aportando “pruebas” que acreditan la veracidad del mensaje.  Mientras la fuente de los mensajes generados no sea conocida planeará la mayor de las dudas, sobre la veracidad de cualquier mensaje que se reciba. Más allá de reflejar “hechos” -que necesariamente deben poder ser contrastados-, que no opiniones, ni elucubraciones, no será posible dar crédito a los contenidos que se reciben.

Mediante el anonimato, o la mayor de las impunidades posibles, se envenena ideológicamente a las personas destinatarias. Como si de una “pandemia” se tratara es evidente establecer las prevenciones para garantizar el derecho de la ciudadanía a una información veraz. Y aquí es donde funcionaría el control público, que visto lo visto, no puede ser ni gubernamental, ni político. Este control sobre la autoría y veracidad de los mensajes que se difunden debe estar a cargo de agencias controladas directamente por la ciudadanía, mediante elección de personas cualificadas y prestigiosas, con trayectorias profesionales intachables, y que se renuevan periódicamente. Además del funcionamiento de un tribunal que administre, rápida y eficientemente, una justicia, igualmente independiente del poder político y legislativo, y que esté especializado en perseguir la mentira y la falsedad de los mensajes que se difunden. Y el que la hace que lo pague, y bien caro, para atajar la gran pandemia de las “falsas noticias” que padece la humanidad. Porque producen el envenenamiento de las mentes, consiguiendo la esclavitud ideológica que garantiza la permanencia en el poder de clanes dirigentes.

Mientras eso llega, ¡largo me lo fiais!, sirve como consejo conducirse como personas, con la mayor de las incredulidades. Dando por bueno exclusivamente aquello que provenga de fuentes fiables cercanas, avaladas por un conocimiento lo más directamente posible de quien genera la noticia. Y, si el mensaje es importante en el mundo real, en el cotidiano vivir, siempre, siempre, confirmarla por otros medios. Una vez contrastada, y sólo entonces, compartirla. De esta forma evitaremos ser cómplices de  los “envenenadores ideológicos”.  Fdo Rafael Fenoy Rico

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