Valencia

El duelo también se para en la zona cero de la dana

José perdió a su madre en Catarroja, intentó rescatarla pero la riada le impidió llegar a ella y la encontró, con la única luz que la de la linterna del móvil

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  • Juan José perdió a su madre en Catarroja. -

El duelo, como tantas otras cosas, sigue detenido en la zona cero de la dana. Juan José perdió a su madre en Catarroja, intentó rescatarla pero la riada le impidió llegar a ella y la encontró, con la única luz que la de la linterna del móvil, bocabajo, flotando en un metro y medio de agua enfangada.

La madre de Juan José no llegó a subirse a las escaleras que daban al patio superior de su casa en la localidad porque -según cuenta su hijo a EFE- no sabía manejar el teléfono móvil, por lo que no llegó a entender la alerta.

Ahora, sus restos reposan en la morgue habilitada en la Feria de València, donde están preservando los cuerpos de las víctimas de esta catástrofe, que llegan ya a 211 en la provincia, pero por el momento no pueden ser enterrados en Catarroja porque el cementerio ha sufrido importantes daños por el fenómeno.

"El cementerio está destrozado, nos dan la opción de incinerarla o de enterrarla en otro pueblo", expone Juan José, pero precisa que el último deseo de su madre era ser enterrada con su marido en el nicho que tienen en el camposanto del pueblo.

Así, explica que en casos de muerte natural, en la Comunidad Valenciana hay que esperar cinco años para sacar los restos y trasladarlos, pero en este caso de muerte violenta, el plazo aumenta hasta los diez.

"Yo tengo 54 años, espero estar dentro de diez años, pero no puedo esperar a eso, mi madre quería estar con mi padre, no puedo no concederle ese deseo", dice visiblemente emocionado.

Por el momento, le han asegurado que pueden conservar sus restos en la Feria hasta que el cementerio esté arreglado, pero teme que si hay muchas más personas en su misma situación, no puedan hacer frente a esta demanda.

Este vecino critica duramente la gestión de la crisis por parte de las administraciones públicas, a las que acusa de no haber prevenido la catástrofe y haber enviado las alertas demasiado tarde.

"A mí ya no me van a devolver a mi madre, pero al menos que se acuerden de los cementerios, que los limpien y que los familiares puedan dar un entierro digno a su gente", exige.

Mientras eso sucede, sigue reviviendo cada vez que va a limpiar la casa de su madre, donde ella ya no está, pero sí decenas de litros de fango.

Al recordar el intento de rescate de su madre, en el que iba con su mujer, agradece profundamente la ayuda de su vecino Martín, quien acogió los restos mortales en su casa de dos pisos ya que temían una segunda oleada de fango.

"Me volvía loco pensando en que el cuerpo podía irse con el agua", recuerda al tiempo que ensalza la figura del vecino de su madre: "¿Quién te deja meter un muerto en su casa?, Martín".

Para atravesar el duelo, cuenta, tiene que medicarse. No consigue dormir: "en cuanto cierro los ojos la veo bocabajo, solo pienso en que tengo que ir a rescatarla, me subo a la terraza a fumar un cigarro y paso las horas despierto".

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