Daniel Galilea | EFE – Los animales viven la mortalidad y se relacionan con la muerte de distintas maneras, algunas de ellas sorprendentes e inexplicables para el entendimiento humano. Susana Monsó, doctora en Filosofía, ha estudiado los casos de hormigas que asisten a su propio entierro; de chimpancés que limpian los dientes a los cadáveres; […]
Daniel Galilea | EFE – Los animales viven la mortalidad y se relacionan con la muerte de distintas maneras, algunas de ellas sorprendentes e inexplicables para el entendimiento humano.
Susana Monsó, doctora en Filosofía, ha estudiado los casos de hormigas que asisten a su propio entierro; de chimpancés que limpian los dientes a los cadáveres; de perros que se comen a sus dueños humanos; y cuervos que evitan los sitios donde previamente vieron a un muerto.
También tiene conocimiento de elefantes obsesionados con recolectar el marfil de otros elefantes muertos y de ballenas que cargan con sus fallecidos durante semanas.
Estos son algunos ejemplos de las distintas maneras en que los animales viven y entienden la mortalidad y reaccionan ante el cese de la vida, de sus congéneres o de otros seres, según esta doctora en Filosofía, por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en España.
LA ZARIGÜEYA SE ‘DISFRAZA’ DE MUERTA
Un caso llamativo es el de la zarigüeya, un animal que, al sentirse amenazado, se paraliza, con sus ojos y boca abiertos en una mueca petrificada.
En ese momento, reduce su temperatura corporal y respiración al mínimo y despliega la lengua con un tono azulado, además de que sus glándulas anales desprenden un olor a podrido.
“Pese a este disfraz de cadáver putrefacto, sigue pendiente de su entorno, lista para volver a la acción”, indica Monsó.
Ante una amenaza, “la zarigüeya está viva y muerta al mismo tiempo”, de acuerdo a esta especialista.
Esta investigadora de las habilidades sociocognitivas de los animales y sus implicaciones éticas, ha elegido a este peculiar animal para titular su último libro ‘La zarigüeya de Schrödinger’, en el que explica cómo viven y entienden la muerte algunos animales.
Monsó también ha estudiado a los chimpancés, cuyo posible comportamiento de duelo ha sido inmortalizado en una foto de National Geographic publicada en 2009, en la que se observa a dieciséis de estos monos tras una verja, mirando fijamente a Dorothy, una chimpancé muerta, yaciendo en una carretilla que arrastraban dos personas.
“¿Podían esos chimpancés, que parecían haberse congregado para despedir a Dorothy, entender lo que le había pasado a la muerta? ¿Sabían tal vez que aquello también les ocurriría a ellos mismos tarde o temprano?”, reflexiona Monsó sobre esa histórica foto.
Monsó explica que “muchos animales reaccionan a la muerte con comportamientos automáticos que son heredados genéticamente y, por tanto, no requieren de un aprendizaje”.
“Algunas hormigas son capaces de detectar cuándo otros ejemplares de su colonia han muerto, y proceden entonces a sacar el cadáver del hormiguero. Pero esto no requiere que tengan un entendimiento de la muerte, sino que es una reacción automática a la detección de componentes químicos, como el ácido oleico, que despiden los cadáveres”, explica Monsó.
Señala que otros animales muestran reacciones emocionales y cognitivas complejas ante la muerte.
“Hace unos años se hizo famoso el caso de la orca Tahlequah, que fue vista empujando el cadáver de su cría con el hocico para impedir que se hundiera en las profundidades del océano, un comportamiento que mantuvo durante 17 días y a lo largo de más de mil kilómetros”, recuerda Monsó.
Llamativo es el caso de la orca J35/ Tahlequah, que cargó con su cría muerta 17 días. pic.twitter.com/tGLIfE4Szj
LA VIOLENCIA DE LOS DEPREDADORES
No obstante, “la violencia abunda en la naturaleza y hay también muchísimos casos de animales que ven la muerte de otros como una ganancia y algo que tratan de conseguir a toda costa. Para las especies depredadoras, la muerte tiene claras connotaciones positivas”, señala esta investigadora.
“Incluso vemos en algunas especies, algo muy parecido a matar ‘por deporte’, ya que salen en expediciones de varios machos a buscar a otros individuos de su misma especie (caso de los chimpancés) o de otras (en el caso de los delfines) con el único objetivo de aniquilarlos”, apunta.
“Los seres humanos occidentales suelen tener pocas experiencias directas con la muerte y aprenden acerca de ella a través de manifestaciones culturales como cuentos o películas y de las conversaciones con sus padres”, según Monsó.
“En cambio, los animales aprenden acerca de la muerte a partir de sus propias experiencias vitales, algo que puede darse también en sociedades humanas en las que sea común matar animales de los que esas personas se van a alimentar después”, señala.
Aunque los animales pueden tener una noción de lo que significa morirse, para Monsó es dudoso que tengan conocimiento de la universalidad de la muerte, “de que todos los seres vivos moriremos o un conocimiento complejo de su causalidad (lo que puede provocarla y por qué), o su impredecibilidad, es decir, cuando llegará el momento de morir”.
La experta señala que, a pesar de que existen diferencias en las formas en que los humanos y otras especies perciben la muerte, también manifiestan semejanzas.
Señala que “atravesar un duelo tras el fallecimiento de un ser querido es algo bastante común, especialmente entre los mamíferos sociales. El concepto de la muerte está presente de formas más o menos rudimentarias en muchas especies”.
Además “no somos el único animal capaz de matar consciente y deliberadamente, incluso por diversión o para estrechar lazos con nuestras amistades”, según advierte.
LECCIONES DEL MUNDO SALVAJE
Para Monsó “estudiar la manera en que los animales se relacionan con la muerte lleva a naturalizarla”.
“Aunque los seres humanos entendemos la inevitabilidad de la muerte a un nivel cognitivo, nos cuesta mucho aceptar emocionalmente que no nos queda otra alternativa que morirnos tarde o temprano”, puntualiza.
Añade que ello nos lleva a temer ese desenlace de forma irracional, “a no hablar de la muerte y a convertirla en un tema tabú, en vez de aceptarla como una parte más de la vida”.
“Paradójicamente es probable que seamos el único animal que experimenta angustia existencial, pese a que nuestro conocimiento de la muerte y de lo mundana que es debería llevarnos a aceptarla mucho más”, advierte esta experta.
“En la naturaleza, la muerte está por todas partes y es mucho más baladí”, enfatiza.
“Al mismo tiempo, naturalizar la muerte y entendernos a nosotros mismos como mamíferos sociales, debería llevarnos también a una mayor aceptación del duelo”, asegura.
“Nuestros parientes más cercanos del reino animal nos muestran que el duelo es un proceso biológico inevitable en especies como la nuestra, que es consecuencia de los instintos sociales que aseguran el cuidado de nuestras crías”, según Monsó.
“Aceptarnos como los animales que somos, debería llevarnos también a aceptar que el duelo es un proceso por el que hay que pasar, y sobre el cual se puede dialogar, para así poder apoyarnos más los unos a los otros”, concluye.