En estos momentos, la colección en sí es 3.500 piezas únicas y de cada modelo se guardan cuatro, por lo que suman 15.000 unidades que formarán la base del museo, mientras que a las 35.000 restantes que acumula prevé darles una nueva vida como pavimento, marco o mesas.
Joel recuerda que cuando se encontraba ya casi sepultado por su extraño síndrome apareció en su vida Enric Rebordosa, conocido por reavivar locales de hostelería con mucho encanto en Barcelona (Bar Muy Buenas, La confitería, Paradiso…) «y una persona con verdadera inquietud por la preservación».
Ambos se tiraron de cabeza al plan «casi imposible» de crear el museo en los 500 m2 cuadrados de La Vilella, «el mejor marco para la colección», que se expondrán de manera progresiva, en un proyecto que cuenta con el apoyo de la UPC, dos de cuyos alumnos se encargan de fotografiar las piezas.
Como es lógico en un espacio de este tamaño, y por el material que llevan pegadas, las baldosas están cubiertas de una película de polvo, pero cuando las riegan para poder hacer las fotos o grabar imágenes, recuperan de inmediato su espectacular colorido y revelan sus dibujos, florales, geométricos, la mayoría de ellas de 20×20, aunque también las hay triangulares, octogonales o con otras formas.
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Joel y compañía han comenzado a moverse por España para recuperar piezas en Teruel, Zaragoza, León, Valencia…: «Nos llaman porque encuentran también catálogos antiguos o porque sus abuelos fabricaban baldosas, tenían facturas… vamos como locos por estas cosas, para mantener la memoria de quienes se dedicaron a ello».
El futuro museo, que se prevé que abra a finales de la primavera, contará con una zona expositiva, una tienda, un bar y un taller para recuperar piezas y aprender a hacerlas.
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La artesana mosaiquista chilena Alicia Cifuentes, que será unas de las encargadas de dar los talleres, trabaja ya en la prensa instalada en el espacio, en la que por medio de trepas (los moldes) demuestra su habilidad para fabricar una en pocos minutos.
El Ayuntamiento de Barcelona colaboró en un ‘crowdfunding’ que permitió dar continuidad al proyecto, pero a día de hoy se trata de una iniciativa privada que cuenta tan sólo con el apoyo académico de la UPC, que ayuda en la catalogación para saber el origen de las baldosas, sus fabricantes o los artistas que las realizaron.
Montserrat Bosch, subdirectora de Política Científica de la Escuela Politécnica Superior de Edificación de Barcelona, destaca que el futuro museo apuesta por el denominado «upciclyng» o reciclaje creativo: «reciclar hacia arriba, convertir un residuo en una pieza de museo, que se almacena pero a la vez tiene el valor añadido del conocimiento y el aprendizaje».
Aunque va por días, como arqueólogo Joel tiene algunos de verdadera «gloria», como en diciembre pasado cuando encontró a un obrero en la Diagonal de Barcelona vaciando varios sacos -¡¡¡un suelo completo!!!- de baldosas Escofet diseñadas por Josep Pascó (que sería como tirar a la basura piezas de Chanel firmadas por Karl Lagerfeld).
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«¡Quieto ahí!, le dije no tires ni una más, por favor, que vengo con la furgoneta y luego os invito a comer», comenta entre risas sobre cómo fue aquel «subidón» de adrenalina que espera repetir.
No obstante, para evitar desastres y que otras «joyas» acaben en algún vertedero, Cánovas ha puesto en marcha lo que denomina «El teléfono de la esperanza de la baldosa» (676070614) para darle una nueva oportunidad a las que son «desahuciadas».