El uso de robots sociales, diseñados para asistir a los humanos a través de la interacción social, está ganando terreno en estos meses y ha cambiado la percepción que tenemos de ellos, indica a Efe la investigadora Ramón y Cajal en Comunicación Laura Aymerich-Franch, de la Universidad Pompeu Fabra.
Mientras en países como Japón se han visto tradicionalmente como algo positivo, en las sociedades occidentales la aproximación ha sido «desde el miedo», ya sea por la imagen del robot destructor de la ciencia ficción o la idea de que reemplazarán a los humanos y nos quitarán el trabajo, señala.
Estos robots se encargan de labores de enlace entre personas, para ayudar a minimizar el contacto físico, acometen tareas de salvaguarda e información, pero también se usan para apoyar el bienestar de las personas, sirviendo de compañía a ancianos o personas aisladas, aunque en esta última opción «aún queda mucho camino por recorrer», señala la investigadora.
Uno de ellos es mexicano y se llama RoomieBot. Su cometido es hacer la primera labor de triage de personas con posibles síntomas de coronavirus; para ello, es capaz de medir la temperatura, el nivel de oxígeno en sangre y «conversar» con el paciente para rellenar un cuestionario de salud.
En algunos supermercados de Alemania, el androide Pepper dice a los clientes que deben guardar una distancia de seguridad y usar mascarilla, es capaz de detectar si alguien no la lleva y le recuerda la obligación de hacerlo.
Al inicio de la pandemia, en Singapur, un robot con aspecto de perro recorría algunos parques lanzando mensajes para que los paseantes se mantuvieran a distancia.
Un estudio realizado por Aymerich-Franch ha recopilado 195 experiencias con 66 robots sociales en 35 países, lo que le lleva a destacar que su uso es todavía «muy marginal».
La mayoría de los robots sociales desarrollan sus labores en hospitales y residencias de ancianos, pero también en aeropuertos, hoteles, centros comerciales o en las calles.
Se trata de máquinas que tienen que relacionarse con personas y suelen tener un aspecto más o menos de androide. «Un robot social debe diseñarse para generar empatía» y que la colaboración con las personas resulte efectiva, destaca el doctor en robótica de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) Salvador Cobos.
Es una tecnología que lleva tiempo utilizándose porque tiene muchas aplicaciones; en países como China ya se usaban, por ejemplo, en restaurantes y ahora se readaptan para hospitales y otros entornos -señala-, para entregar comida, medicamentos y material, «ayudando a reducir la carga de trabajo de los enfermeros».
La compañía española PAL Robotics ha creado dos versiones de su modelo Tiago para su uso en el ámbito de la logística hospitalaria, que ya han sido probados en el Hospital Municipal de Badalona y en el Hospital Clínic de Barcelona.
Uno de ellos lleva la comida a la habitación de pacientes en cuarentena y el otro, equipado con una caja fuerte, transporta material sensible como medicamentos o muestras de sangre.
Las tareas de desinfección también empiezan a ser labor de robots. En el Hospital Quito Sur de Ecuador tres de estas máquinas esterilizan mediante radiación ultravioleta el instrumental médico, ambulancias y espacios por donde pasan los pacientes con covid-19.
Más allá del ámbito sanitario, la compañía de correos japonesa acaba de poner en pruebas a DeliRo, que entrega correspondencia y paquetería de forma autónoma, de momento solo tiene una ruta de 700 metros que completa en 25 minutos.
Cobos estima que estos robots de servicio han llegado para quedarse, «porque ya antes de la pandemia se habían empezado a requerir» y este «obviamente va a ser un empujón para el futuro».
En cuanto a los robots sociales, Aymerich-Franch cree que es posible que «las funciones que se han adaptado de forma exclusiva para la pandemia vuelvan a no tener valor» cuando esta termine.
Sin embargo, en otras como las dirigidas al bienestar emocional, en especial de los ancianos solos, este tipo de robot «podría desarrollar un papel a largo plazo.