¡Adolescentes del mundo, reivindicad vuestras horas de sueño diurnas! Ahora podéis hacerlo basándoos es la Ciencia…
Ya no solo dicen que la siesta tiene
beneficios para los niños, en particular por el estado de ánimo, los niveles de energía y el rendimiento escolar. Ahora, una nueva investigación de la Universidad de Pennsylvania y la Universidad de California, publicada en la revista ‘Sleep’, ha venido a respaldar esa visión de los padres y la extiende a los más mayorcitos.
Un estudio de casi 3.000 alumnos de entre 10 y 12 años ha revelado una conexión entre la siesta del mediodía y una mayor
felicidad, autocontrol y ánimo;
menos problemas de comportamiento, y un cociente intelectual más alto, este último particularmente para los estudiantes más mayores.
Precisamente, los hallazgos más sólidos se asociaron con el logro académico, apostilla el neurocriminólogo Penn Adrian Raine, coautor del artículo. «Los niños que toman una siesta tres o más veces por semana se benefician de un
aumento del 7,6% en el rendimiento académico a los 12 años. ¿Cuántos niños en la escuela no querrían que sus puntajes aumentaran en 7,6 puntos de cada 100?», se cuestiona.
La deficiencia de sueño y la somnolencia diurna son sorprendentemente generalizadas, ya que la somnolencia afecta hasta al 20% de todos los niños, apunta el autor principal del estudio Jianghong Liu, profesor asociado de enfermería y salud pública de Penn. Además, los efectos negativos cognitivos, emocionales y físicos de los malos hábitos de sueño están bien establecidos y, sin embargo, la mayoría de las investigaciones anteriores se han centrado en la edad preescolar y en niños más pequeños.
Eso es en parte porque en lugares como
Estados Unidos, la siesta desaparece a medida que los niños crecen. En
China, sin embargo, la práctica está integrada en la vida diaria, continuando a través de la escuela primaria y secundaria, incluso en la edad adulta. Entonces, Liu y Raine, junto con el bioestadista de Penn Rui Feng, investigadora de sueño de la Universidad de California, junto a sus colegas, recurrieron al estudio de cohorte de China Jintan, establecido en 2004 para seguir a los participantes desde la infancia hasta la adolescencia.
De cada 2.928 niños, los investigadores recopilaron datos sobre la frecuencia y la duración de las siestas una vez que alcanzaron los Grados 4 a 6 (de 10 a 12 años), así como datos sobre los resultados cuando alcanzaron el sexto grado, incluidas medidas psicológicas como el ánimo y la felicidad y medidas físicas como el índice de masa corporal y los niveles de glucosa. También pidieron a los maestros que proporcionaran información de comportamiento y académica sobre cada estudiante. Y después analizaron las asociaciones entre cada resultado y la siesta, ajustando el sexo, el grado, la ubicación escolar, la educación de los padres y el horario nocturno en la cama.
Se trata del
primer estudio exhaustivo de este tipo, destaca Mednick. «Muchos estudios de laboratorio a lo largo de todas las edades han demostrado que las siestas pueden mostrar la misma magnitud de mejoría que una noche completa de sueño en tareas cognitivas discretas. Aquí, tuvimos la oportunidad de hacer preguntas en el mundo real a adolescentes de una amplia gama de comportamientos y situaciones académicas, sociales y fisiológicas. Y de ello han concluido que «cuanto más duermen los estudiantes durante el día, mayor será el beneficio de las siestas en muchas de estas medidas».
Si bien los hallazgos son correlacionales, los investigadores aseguran que pueden ofrecer una alternativa a la protesta de los pediatras y los funcionarios de salud pública para los horarios de inicio de clases posteriores. «La siesta del mediodía puede realizar con facilidad y no cuesta nada», recuerda Liu, especialmente si se acompaña de un final del día un poco más tarde, para evitar la reducción del tiempo educativo. «Esto no solo ayudará a los niños, sino que también le quita tiempo al uso de la pantalla, que está relacionado con muchos resultados mixtos», apostilla.
Las investigaciones futuras podrían analizar por qué, por ejemplo, los
niños con padres con mayor nivel de educación duermen la siesta más que los de padres con niveles formativos más bajos, o si, al investigar la influencia de la cultura y la personalidad, las intervenciones de la siesta podrían avanzar a escala global.