Una serie de robos de bonsáis en criaderos de los alrededores de Tokio desazona a cultivadores como Seiji Iimura, que estos días afronta con pena la pérdida de varios de estos arbolillos que durante años cuidó como si fueran sus hijos.
«No quería venderlo a nadie», declara el criador sobre una de las piezas más preciadas que desaparecieron de su jardín, un ejemplar de 400 años que él había atendido personalmente durante más de dos décadas.
El árbol en cuestión pertenecía a la especie Shinpaku, una de las más populares para el arte nipón de cultivar bonsáis, y se había convertido en la joya del criadero Bonsai Kirakuen, que Iimura regenta.
El pasado 12 de enero, alguien se coló en el recinto, situado en la ciudad de Kawaguchi, al norte de la capital nipona, y se llevó a esta y otras tres piezas de esta especie oriunda de Asia.
No es la única entrada que sufrió el jardín en las últimas semanas. Días antes del robo de los Shinpaku, alguien sustrajo otras tres unidades de arbolillos del tipo Goyomatsu, nombre que recibe el pino blanco nipón.
Preocupados por el destino de su preciado bonsái, Iimura y su mujer, Fuyumi, recurrieron a las redes sociales para dar al ladrón instrucciones sobre su cuidado.
«No hay palabras que describan cómo nos sentimos, es como si hubieran cortado nuestras extremidades», lamentó la mujer en Facebook.
El Shinpaku de 400 años «necesita cuidados y no puede vivir una semana sin agua», detalló la mujer, que pidió a la persona que lo sustrajo que se «asegurara de regarlo adecuadamente».
Solo el precio de este árbol podría superar los 10 millones de yenes (80.300 euros), cuenta Iimura, no sin reticencia a calcular el importe monetario de una posesión que para él supone un mayor valor emocional que económico.
La cuantía total del resto de robos asciende a los 5 millones de yenes, unos 40.000 euros. Los elevados precios son habituales para estas obras de arte vivientes, que a menudo en Japón son cuidadas por múltiples generaciones.
«Mi familia se dedica a hacer bonsáis desde la época del Edo» (entre el siglo XVII y mediados del XIX), cuenta el cultivador, que forma parte de la quinta generación de los Iimura que han consagrado su vida a esta tradición.
El término «bonsái» en japonés está formado por las palabras «cultivar» y «bandeja», y se refiere al cuidado y moldeado de plantas en miniatura recreando el crecimiento natural de los árboles.
En su taller, Iimura toma un pequeño arbusto y, con paciencia y extremo cuidado, comienza a darle una característica forma serpenteante al joven tronco, del que crecen varias ramas curvas coronadas por hojas podadas para que miren al cielo.
Cuando se crea un bonsái debe prestarse atención a detalles como la línea del tronco, que puede moldearse libremente con alambres para adquirir la forma que considere «la más bella», así como la maceta, el diseño de la copa y la dirección de las ramas.
«Puedes darle la forma que prefieras», precisa el cultivador, que anima a «utilizar la creatividad» de uno mismo a la hora de diseñar estos pequeños árboles.
Personas de todo el mundo visitan con frecuencia Bonsai Kirakuen para pasear entre los cerca de 3.000 ejemplares que Iimura expone en un jardín que mantiene abierto al público.
Sin embargo, tras los últimos robos, se plantea instalar cámaras de seguridad y una puerta para proteger a los preciados árboles.
«Hemos ido a la policía pero no tenemos nada de su parte, me imagino que estarán buscando nuestro bonsái», observa el criador. Como el suyo, otros jardines de Kawaguchi han sufrido múltiples robos en las últimas semanas.
Un robo anterior, en noviembre del 2018, afectó a ocho ejemplares de una granja de la ciudad de Omiya, también al norte de Tokio, administrada por Hiromi Hamano, de 81 años, que ya sufrió otro robo parecido seis meses antes.
«Solo quiero que se descubran a los bonsái cuando antes», expresa Iimura, afectado por la pérdida de algo que muchos consideran una fuente de ingresos, pero para él es parte de su familia.
Texto: EFE