Un pensionista neozelandés insatisfecho con el sistema sanitario de su país decidió tratarse él mismo la arritmia que sufría, pero aún más sorprendente fue el método utilizado.
Durante uno de sus episodios de arritmia acudió al hospital, pero no fue atendido de forma correcta y, harto tras 24 horas con el problema sin solucionarse, tomó cartas en el asunto.
Ni corto ni perezoso se dirigió directo a la verja electrificada de su vecino, la agarró con fuerza y asumió una descarga de 8.000 voltios. Los médicos le advirtieron luego de lo peligroso de actuar así, pero él respondió que si le hubieran atendido a tiempo no habría recurrido a semejante temeridad.
«Tras la sacudida desapareció la arritmia y todo volvió a funcionar correctamente», asegura Griffin, que pese al éxito de su experiencia ha prometido a su familia que no volverá a cometer una imprudencia así.