Por fortuna, todavía son años los que me quedan por delante para disfrutar, tanto de lo bueno como de lo malo, de los elementos y vivencias que caracterizan a la juventud, aunque el paso de los años comience a manifestarse ya progresivamente en mis rasgos de comportamiento. ¡Menudo estoy hecho!
Ejemplo de esto, a lo que, en ocasiones, se conoce como “viejoven”, son las noches de verano en las que ya, a pesar de sentirme algunas veces incitado, tengo despistes y olvido buscar algún plan que hacer con los amigos debido a conocer el sonido que, en horas próximas cuando el sol asome por el horizonte, comenzará a hacer el despertador, siendo esta señal de acudir al trabajo. No obstante, es cierto que con la llegada del viernes esta prudencia toma vacaciones, llamando a la puerta el ajetreo y la alegría de la calle, más acentuada en la época estival.
Ahora es así, pero en años no tan lejanos, los de la época de estudiante que volvería a vivir encantado, poco importaba que fueran días laborales o fin de semana, pues con la puesta de sol llegaban horas en las que disfrutar de las amistades a base de paseos, horas de deporte, sentadas en los parques y pies a remojo en las piscinas.
Las mañanas y tardes en casa para combatir el calor llegaban a hacerse largas, pues tras echar una mano haciendo algún mandado, el catálogo de libros, Youtube, Netflix o videojuegos llegaba ya a hacerse cansado, más aún cuando se aproximaba la hora de poder salir a la calle al bajar, aunque solo fuera un par de grados, la temperatura.
Eran días en los que aquellos que formábamos parte de algún equipo de competición podíamos parecer LeBron o Curry, no por calidad sino por la cantidad de horas que pasábamos en la cancha. También fechas en las que Whatsapp e Instagram pasaban a un segundo plano para dar rienda suelta a conversaciones fluidas que se extendían por noches casi completas.
Jornadas de charlas interminables en las que unos temas llevaban a otros, días de recorrer la ciudad de un lugar a otro en los que no se dejaba de conocer gente nueva por las mezclas que surgían entre unos grupos y otros que se encontraban en plazas o fiestas y que poseían a dos de sus miembros que se conocían. Horas de conversaciones en los parques en los que se hablaba de todo y de nada, disfrutando del abrigo de las estrellas y planteando cómo podría ser el futuro cercano.
Todo ello bien es cierto que, de una forma u otra, lo sigo viviendo ahora en muchas ocasiones, pero no de la misma forma, ni es parte de la rutina de los días de verano que ahora me corresponde ni lo que rondaba por la cabeza en aquellos momentos es lo mismo que ahora.
Por ello, cuando ahora me voy a dormir para recuperar fuerzas antes de que suene el despertador y echo un último vistazo por la ventana, no puedo evitar sentir envidia sana de los adolescentes que veo en el parque y que vencen en la lucha contra las pantallas. Me hacen esbozar una sonrisa al hacerme recordar los días de verano que yo viví con su edad, aunque a veces me impidan coger rápido el sueño por el volumen de sus risas.