El Jueves

El Tiro

Qué verdad es que para conocer algo bien te lo tienen que enseñar. O tú preocuparte por verlo. Y también creo que es una verdad como un templo que a las hermandades las hacen las personas...

Qué verdad es que para conocer algo bien te lo tienen que enseñar. O tú preocuparte por verlo. Y también creo que es una verdad como un templo que a las hermandades las hacen las personas. Por mucho que una arrastre siglos de historia y tradición, lo que termina prevaleciendo en la primera capa -la que más se ve- es aquello que quienes la dirigen y, sobre todo, el que la representa, van dejando con su actitud, sus obras, su talante e incluso con su categoría humana.

He tenido la suerte de ir conociendo, con el paso de algunos años, a la buena gente del Tiro de Línea, gracias a quien fue su hermano mayor, Manolo Vicente, y posteriormente a aquel que lleva la pesada vara dorada, Javier Bonilla. Y les aseguro que de ambos he recibido un cariño que no he buscado e incluso, me atrevo a decir, que no merecía, cada vez que mis pasos me han llevado hasta la parroquia sede de la hermandad.

No digo que hayan sido los únicos, supongo que habrá habido más hermanos mayores en esta cofradía del Lunes Santo que dejaron su impronta, pero yo no he tenido la oportunidad de conocerles. Por estos dos que nombro -algo que me va a costar caro porque no les va a gustar- pondría la mano en el fuego. Sí, así de claro.

Cada vez que me he dejado caer por allí he visto a una hermandad viva… rebosante de vida, mejor dicho. Una Iglesia constantemente abarrotada de unos hermanos participativos, a pesar de que no les ha regalado la diócesis el mejor de los sacerdotes. Pero, mejor que bien, la hermandad y su hermano mayor al frente, van capeando este temporal. ¿Esto no lo ve quien debe verlo?

Esta tarde iré a la búsqueda de las largas filas de Santa Genoveva. A fijarme en los pequeños nazarenos que se educan en la fe de la cofradía; a las madres que les acompañan con la botellita de agua y el natural sustento del bocadillo para la media tarde; a los pies descalzos de los penitentes; a las nueve varas que escoltan las insignias “por un mundo mejor”; a las manos curtidas del último tramo, aquellos que también fueron niños de bocadillo bajo el antifaz; a las mujeres que forman tras el Cautivo con su invisible mochila de problemas y preocupaciones; a la actitud de entrega del Señor; a la de los ojos redondos y dulces que tiene un nombre, Mercedes, que tanto pesa para mí.

Y, por supuesto, a ver por mis amigos, Manolo Vicente y Javier Bonilla. Aquellos que, sin pedirlo, tuvieron el gesto de rezar junto a mí y a los pies de su (nuestro) Cautivo por el alma de mi padre.
Y es que hay cosas que no se olvidan.

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