El Jueves

444

Por más que te imagino no logro dibujarte en mi memoria con el sombreo de ala ancha; como tampoco con traje y corbata seria, cuando a finales de septiembre pones la guinda en la calle a tu trabajo de mayordomo en la junta de gobierno de Los Sastres...

Por más que te imagino no logro dibujarte en mi memoria con el sombreo de ala ancha; como tampoco con traje y corbata seria, cuando a finales de septiembre pones la guinda en la calle a tu trabajo de mayordomo en la junta de gobierno de Los Sastres; ni tan siquiera en estos días vestido de nazareno del Amor.

Cuando te imagino te veo con nuestra túnica celeste y crema. Será porque ahí, hace muchos años, comenzó a forjarse una amistad que un día dejó de serlo. El día que nos entregaste a tu hijo frente a la pila de bautismo de San Ildefonso para que le acristianáramos.

Este año, otra vez, nos vamos a vestir juntos de nazareno en tu casa. Hoy, dentro de unas horas, el celeste cielo de la Puerta de Carmona volverá a cubrirnos. Pero no será igual que siempre, porque 50 años de fidelidad a esos colores no se cumplen cada día.

El 444 fue el número que te asignaron en el libro allá por el año 1965, cuando 24 horas antes de nacer asentaban tu nombre. Hoy, después de este medio siglo, tu número y el mío han bajado mucho. Somos, como alguien dijo el día que celebramos tu cumpleaños cofrade, auténticos “pata negra” de la Puerta de Carmona: cirios azules que llevan, un día como hoy, a sus titulares muy cerca, más allá de la mitad del último tramo.

Quien no sepa de ti no sabe de San Esteban. Tú eres San Esteban. Y no por haber sido uno de los más grandes priostes que ha tenido esta hermandad, sino por el conocimiento interno que tienes de la misma. Y por lo que todo el mundo te aprecia. Y por lo que te quieren. No se te conocen malas artes, sino sólo entrega y mediación entre muchos, los que quizás no supieron ver en algún momento las posturas de los otros.

Hoy, compadre, de nuevo saldremos a que el sol cachee nuestras túnicas celestes, esas que con tanto orgullo nos ponemos y que tanta risa cosechan en aquellos que nos siguen llamando “hermandad de pueblo”. Déjalos, que digan, que hablen. Será que existimos. Hoy, amigo del alma, déjame que recorra contigo el camino más corto, desde tu casa a la Iglesia, pero no a tu altura, sino unos pasos por detrás. Déjame que muestre mi respeto de nazareno viejo a nazareno viejo, que aunque sólo 2 años nos separan, la veteranía siempre fue un grado.

Hoy, cuando El que llora traspase la ojiva, le pediré por todos. Pero sobre todo que nos dé fuerzas para seguir rezando juntos y en la misma dirección: a través de una ventana. La única ventana del mundo en la que se mira hacia dentro. Porque dentro está la Vida.

Felicidades, compadre.

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