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Biodiversidad dispersa en el aire, una oportunidad para estudiarla y protegerla

Alejandro Ramírez – De acuerdo con el medio La Stampa, las estaciones de monitorización de la calidad del aire, que accidentalmente capturan ADN de animales y plantas en el aire en sus filtros, podrían revolucionar el seguimiento de la vida silvestre, los movimientos migratorios de animales, e incluso ayudar a conocer mejor y defender la […]

Alejandro Ramírez – De acuerdo con el medio La Stampa, las estaciones de monitorización de la calidad del aire, que accidentalmente capturan ADN de animales y plantas en el aire en sus filtros, podrían revolucionar el seguimiento de la vida silvestre, los movimientos migratorios de animales, e incluso ayudar a conocer mejor y defender la biodiversidad de manera más efectiva.

Este escenario es sugerido por un estudio publicado en la revista «Current Biology» y realizado en el campo por un equipo de especialistas en ecología molecular de la Universidad de York en Toronto.

En esta primera fase piloto, en la que se tamizó el ADN presente en las estaciones de Edimburgo y en algunas estaciones de Londres, los expertos pudieron catalogar más de 180 especies diferentes de animales y plantas, e incluso de hongos, recogiendo los fragmentos de material genético dispersos en el medio ambiente y atrapados en los filtros de las estaciones de monitoreo.

Estas estaciones están presentes en muchos lugares de muchos países y capturan automáticamente varios contaminantes atmosféricos, comenzando por el plomo, y además, pudiendo resultar valiosas para monitorear la biodiversidad. La población mundial está experimentando un colapso sin precedentes: algunas estimaciones indican una disminución del 69% en las poblaciones de vida silvestre desde 1970.

Los científicos luchan por hacer un seguimiento de los cambios en los ecosistemas y las tasas de disminución de las especies, porque hay una falta de infraestructura dedicada para medir las características de hábitats a gran escala.

Por lo general, los investigadores y los voluntarios de conservación monitorean algunas especies terrestres y en regiones pequeñas, utilizando métodos que requieren mucha mano de obra, como la vigilancia con cámaras, la observación en persona y el examen de huellas, especialmente huellas y heces.

Pero está claro que no es suficiente. Cuando se quiere trabajar a gran escala, por el momento solo son posibles mediciones muy genéricas. Un ejemplo es la evaluación de la cubierta forestal. Mucho más preciso, sin embargo, es el llamado ADN ambiental (eDna): se trata de cantidades pequeñas y heterogéneas de material genético liberado por los seres vivos.

Esta información, recopilada automáticamente por las redes de detección de la contaminación del aire, podría ayudar a resolver el problema, dice Elizabeth Clare, ecóloga molecular de la universidad canadiense y autora principal del estudio. Los científicos han estado recolectando y secuenciando eDNA de muestras de suelo y agua durante dos décadas para rastrear especies raras o en peligro de extinción, como anfibios en el Reino Unido, y el pinzón de Gouldi en Australia.

Las agencias reguladoras también han utilizado eDNA para identificar especies invasoras: el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EEUU utiliza esta metodología para monitorear la carpa plateada (Hypophthalmichthys molitrix) en los Grandes Lagos.

Pero sólo recientemente se ha hecho evidente que el eDNA se puede ‘capturar’ de muestras de aire y explotar para explorar la fauna y la flora. De ahí la idea de estudiar directamente el ADN que queda en los filtros de las estaciones de control de la contaminación en las dos ciudades del Reino Unido.

Los investigadores se sorprendieron al encontrar rastros de tantos grupos de organismos. Entre ellos se encuentran 34 especies de aves, como reyezuelos y carboneros, además de especies vegetales como fresnos, ortigas y el hongo patógeno Septoriella.

Por lo tanto, los científicos ahora instan a los operadores de la estación de monitoreo a conservar los filtros después del análisis de la calidad del aire. «Hasta que realmente entendamos su valor ecológico, debemos evitar tirarlos», dijo Clare.

Llegar tan lejos como para automatizar y recolectar ADN ambiental de manera rutinaria podría «impulsar el monitoreo ambiental hacia el siglo XXI», dicen los ecologistas. ¿El resultado? Recopilación de datos regular, repetida y a largo plazo. Para proteger mejor el planeta.

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