Muchísimos aspectos, en la vida real, están sujetos a regulación, a normativas, a leyes, que establecen derechos y obligaciones. Los primeros se enuncian, aunque quedan bañados en un halo difuso, por lo genérico, siendo así que rara vez son considerados derechos subjetivos, es decir, que facultaría a cada persona para hacer o exigir algo que la norma reconoce a su favor. Las obligaciones, por el contrario, están claramente definidas como subjetivas, de manera que las administraciones pueden exigir su cumplimiento. Todo es complejo, todo es difícil, todo está fuera del nivel de comprensión de la inmensa mayoría de los mortales. Sin embargo casi todo el mundo se conduce como si todo fuese sencillo, entendible, naturalmente fácil… Y esa total incoherencia no llama la atención, pasa desapercibida, es inconsciente y las personas se han acostumbrado a vivir en ella.
¿Esa inconsciencia a quién beneficia? No hace falta ser muy inteligente para deducir que los mayores beneficiados son aquellas personas que en realidad si saben de qué va esa complejidad extrema, porque en última instancia son las encargadas de fabricarla adrede. Por ello es posible concluir que programar la inconsciencia de la ciudadanía trae cuenta a quienes pueden hacerlo porque de esa forma manejan las situaciones a su antojo.
Sin embargo, ese estado de inconsciencia programada, no actúa siempre con la misma intensidad y en toda la población sujeta a ella. Hay momentos excepcionales en los que algunas mentes despiertan del letargo inducido, mediante la propaganda o la publicidad, y son capaces de experimentar el malestar de una cultura incoherente, de unas formas de vida “psicodélicas”. Al detectar este aumento de la conciencia colectiva las élites poderosas producen mensajes disruptivos. Los aparatos de propaganda se ponen en marcha dedicándose a sembrar dudas en la “opinión pública”, a base de bulos, mentiras, engaños, que pretenden ocultar la información veraz. También utilizan maniobras distractoras, para hacer creer a quienes están “despiertos” que realmente actúan sobre la realidad, cuando de hecho toda sus energías reivindicativas son canalizadas por los caminos de la virtualidad hacia la nada.
Una manera endiabladamente efectiva de evitar la acción reivindicativa real se desarrolla en los llamamientos al apoyo de iniciativas on-line. Campañas de recogidas de firmas virtuales, para “exigir” actuaciones de organismos gubernamentales o judiciales. ¿Quién controla estos llamamientos virtuales? La estrategia es bien conocida. Se denuncia claramente un hecho, se anuncia una protesta mediante la recogida de firmas por internet… Y ¿eso es todo? La paradoja es que mostrando, ocultan. Invitando a la “acción”, paralizan. Porque una vez indignadas las personas que han sido informadas de la injusticia o de la barbarie, quedan tranquilas “sus conciencias”, porque “han actuado”, aunque sea “virtualmente”. Como dice la canción “Fabricas de Miedo”: Ocultando el origen, te ocultan la clave. Las personas llegan al convencimiento de que no es preciso organizarse con otras personas para hacer frente a la emergencia o al desastre, ya que desde la comodidad de sus hogares, gracias a internet, pueden modificar la realidad con sus firmas solidarias. Cuando no es posible seguir ocultando el problema, quienes lo provocan, por ejemplo el cambio climático, sólo tienen que desarrollar la táctica de “firme on-line esta petición” y punto. Porque ellos, quienes dirigen este “cotarro”, saben que sólo la organización estable de las personas, para actuar en el mundo real, produce cambios efectivos. Ellos si están organizados.
Fdo Rafael Fenoy