El Jueves

Educación

SI tienen ocasión, échense a la cara “La soledad de las trincheras”, la novela de mi colega Almudena Colorado que acaba de llegar a las librerías. Dentro de una apasionante historia, magníficamente bien contada, descubrirán una realidad que hoy día campa a sus anchas por los centros educativos.

Créanme si les digo que me gustaría poder hablar en esta columna sobre la educación, sobre las políticas del ministro Wert, sobre la leyes que hemos ido teniendo en este país conforme han desfilado por esa cartera ministerial personas de un color o de otro (color político, claro). Pero no, no lo voy a hacer porque me parece un tema ya muy manido, y sobre todo ahora en el que el partido en el gobierno puede sacar adelante cualquier reforma sólo con el voto de los suyos. Por muchas quejas que existan de educadores, técnicos, alumnos y padres, el ministro Wert -como otros colegas de banco azul- duerme con la tranquilidad que le da la mayoría absoluta pepera. Hasta ahí podíamos llegar.

Como tampoco se me apetece ya cambiar el título de la columna, voy mejor a centrarme en otro asunto que me preocupa desde hace tiempo y que ayer miércoles tuve la oportunidad de plantear en público: la relación actual existente en el trío alumno-padre-educador.

Ayer, les decía, tuve el honor de presentar en Sevilla la última novela de Almudena Colorado que responde al título de “La soledad en las trincheras” (Ed. Jirones de Azul). En la misma, junto con la propia historia que le da cuerpo a la obra, se aborda la situación actual en determinados centros educativos, donde la violencia gratuita está a la orden del día y las consecuencias de la misma entre el cuerpo de docentes se escenifica incluso en patologías concretas.

No soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero tampoco voy a admitir que en mi generación estábamos equivocados: cuando yo estudié -así como otras generaciones pasadas y algunas de las venideras- el respeto y la educación para con los profesores era algo que se daba por sentado. Quizás fuera porque el respeto y la educación no se enseñaban en las aulas, sino en la casa de cada uno. En la escuela y en los institutos íbamos a formarnos en determinadas materias, así como a aprender del ejemplo de los educadores. En casa era donde se impartía la educación y el civismo, entre otras; el lugar donde primero se escuchaba la versión del profesor y después la tuya, que solía ser la que salía peor parada.

Si tienen ocasión, échense a la cara “La soledad en las trincheras”, la novela de mi colega Almudena Colorado que acaba de llegar a las librerías. Dentro de una apasionante historia, magníficamente bien contada, descubrirán una realidad que hoy día campa a sus anchas por los centros educativos.

Una realidad a la que, lamentablemente, nadie le pone freno.

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